MITOS A GORRAZOS
(versión larga del artículo que, como siempre para esta tarde, me pidieron los de El Periódico, antes de conseguir los 2.900 caracteres, blancos incluidos, uff... qué tiempos aquéllos en los que podías ocupar una página entera con un artículo de opinión)
Decía
Baudrillard (hasta los postmodernos serán un día clásicos) que
el marco de la
vida social, en las sociedades avanzadas, ya no es la
producción, sino el
consumo, que se instituye en el factor identitario y de agrupación
social por
excelencia. Incluso los votantes se reclaman cada vez en mayor medida simples consumidores, estafados
por una falsa publicidad. Hace unos años, en el libro Botellón. Un conflicto postmoderno, aportábamos
una prueba de cómo el
consumo se constituye incluso en el espacio del conflicto
social. Y el atraco a
carrito armado a que acabamos de asistir es una confirmación más
de que la
teoría es acertada. Hace unas semanas las huestes de Gordillo
retomaron el
ritual de las ocupaciones de fincas, que un día les llevó, entre
las selvas del
empleo comunitario y las multas de la Guardia Civil, hasta el
fértil lugar en
que fundar su Macondo, pero nadie les hizo ni puñetero caso
(“¿Pero no les
regaló ya su finquita Leocadio Marín en el 92, para que no le jorobaran la Expo?” –dicen que
decían algunos andaluces).
Sin embargo, la ocupación de uno de los más deseados templos del
consumo
españoles no podía pasar desapercibida. España toda, y muy
probablemente Europa,
se pone en guardia: si ocupar una finca del ejército, que anda
sin presupuesto
y sin ganas de defender nada, es hoy un esperpento, ocupar la
caja de un
supermercado es, hoy, un auténtico sacrilegio.
Ni es
el momento, ni hay espacio, para analizar a fondo qué hay detrás
de ese
producto, mediático como el subcomandante Marcos, como todos los
seudorevolucionarios
de la urbe global de menos de 70 años, que rige desde hace
treinta los destinos
de ese Macondo falsamente comunista, que sobrevive gracias a las transferencias de otras
administraciones. Pero bajo el disfraz de palestino y el habla de jornalero
se esconde un
profesor (de una edad en la que la Universidad pertenecía a las clases altas y las familias de afectos al Régimen) obsesionado por llamar la atención, como casi todos quienes proceden del PTE (¿qué factor los agregaría en su día?). Pero no habiendo espacio para tal análisis, no debe
sin embargo
obviarse.
Como no
es el momento, ni hay espacio, para analizar a fondo qué hay
detrás de esa
construcción mediática no menos habilidosa, Mercadona, que ha
conseguido hacer creer
a crecientes capas de la sociedad española, identificadas con
ese símbolo del
éxito a bajo coste, que consumiendo los mismos productos bajo la
marca
Hacendado consumen más calidad, y pueden sentirse un pelín por encima de los demás.
Pero
hay algo que los conecta, y es que son productos generacionales.
Pudiéramos
decir que hemos asistido a una pelea entre baby
boomers, esa generación nacida entre mediados de los ’40 y
mediados de los ’50
que creció marcada por el espíritu (más bien obsesión) de logro,
por el ansia
de poder, de triunfo, la experimentación, el individualismo, el
liderazgo… Una
pelea más en el recreo de la escuela de los años ’50, entre el
líder de los
chavales del barrio subsidiados por la leche americana y el
chavalín aplicado
que llega cada día con su buen bocadillo de mortadela (aquel
lujo asiático).
Joan Roig,
presidente de Mercadona, nacido en 1949, afirma que el éxito de
su negocio se
basa en aplicar la “ley natural” de la “Verdad Universal de la
Reciprocidad”,
que resume en tres verbos: “dar” (satisfacer a las personas)
“pedir” (aquello
que se necesita) y “exigir” (cuando no se cumplen los
compromisos).
Juan
Manuel Sánchez Gordillo, nacido en 1952, aplica otra ley
natural, otra verdad
universal, la del marxismo leninismo, que podría resumirse en
los mismos tres
verbos: dar (satisfacer las demandas de sus ciuidadanos), pedir
(al consejero
de turno) y exigir (amenazarle, si no se lo concede, con
montarle una ocupación
de la consejería o una huelga de hambre)
En
realidad el líder de la pelea de recreo ni siquiera formaba
parte de los chicos
hambrientos. Sólo estaba resentido porque no había podido ligar
con la hermana
del finolis. Y ni siquiera fue él quien le tiró la piedra, sólo
azuzó a otros
para que lo hicieran. Como él mismo declaró horas más tarde, “no
me pueden
hacer nada, pues yo no pisé el supermercado (…) me dediqué a
maniobras de distracción”.
Mientras los otros daban la cara.
Puede ser que un político profesional, probada la miel de la fama, el renombre, note el aporte de poder a su stock, como las miradas de admiración (o insulto) a sus espaldas (o frentes). Esto debe alimentarlos, de alguna forma, en su vocación (o necesidad). Más show-business, que no va ni con la izquierda ni con la derecha, sino con la categoría humana aparte de "político".
ResponderEliminarMe estimula especialmente la metáfora del stock. Lógicamente cada actor político busca acrecentar su capital político, y administrará su stocks en acciones seguras (pactos y negociaciones), inversiones de riesgo (pactos contranatura, transfugismos) e incluso bonos basura (actuaciones teatralizadas claramente demagógicas, buscando la lágrima fácil o la sangre caliente de las/sus masas). Y la dinámica le hace ganar capital por un lado, perder por otro... Hacen continuamente sus cálculos del estado del stock, como los agentes de bolsa pero de una forma menos consciente seguramente, y sobre la marcha modifican sus estrategias e invierten en un tipo u otro de acciones. Seguro que los físicos son capaces de experimentar la construcción de un modelo cuyo resultado coincidiría muy probablemente, con la valoración CIS. Pero los científicos sociales no somos capaces de hacerlo todavía, creo. No vamos mucho más allá de la intuición, como en casi todo.
ResponderEliminarAhora bien, aunque es humano, demasiado humano, que caigamos en la tentación del psicologismo moral (por llamarlo de una manera cientifista), me resisto a verlo así. Porque en la medida en que la "categoría humana" de los individuos debemos asimilarla a la personalidad, que entendemos es un mero producto social (o dimitimos como sociólogos), en realidad con ello estaríamos privando de responsabilidad al individuo/actor. La "categoría humana" (esto es, el individuo actor con valores y actitudes determinados) es producto de unos determinados agentes de socialización y de un conjunto de determinantes culturales asimilados en el proceso de socialización. Pero esto creo que merece un post nuevo.... Sigo arriba :)
... pero termino el argumento iniciado aquí, claro. Que venía a decir que, paradojas siempre, si recorrimos a la categoría humana del individuo, le estamos liberando de sus responsabilidades como actor. Por supuesto que su categoría humana, es decir su personalidad como producto de la socialización, le co-determina, pero es la voluntad como actor que calcula y espera obtener, con ciertos riesgos, ciertos beneficios(es decir su plena responsabilidad como cálculo individual), la que lo hace RESPONSABLE. Me parece a mí.
ResponderEliminarNo puedo estar más de acuerdo, en la reflexión sociológica (de la que nunca dimitiré, porque creo... ¿demasiado? en la capacidad de la sociología para dar explicaciones plausibles con escasísimo uso de modelos hipercientifistas clásicos), y en la responsabilidad, como ciudadano que piensa (que no sé cuántos hay de estos; cada vez más... quiero creer). En mi opinión, también es esta una dimensión personal que el político o la política aprenden (en la que se socializan) conforme al modo en que dicho concepto y sus implicaciones son entendidos en el grupo social que comprende (comparte, forma parte de) dicha categoría. Y aunque no conozco a nadie que modelice este proceso socializador y sus consecuencias en la personalidad (...ni sabría cómo hacerlo), me aventuro a afirmar que, con alta probabilidad, los individuos, cuando pasan a formar parte de dicho grupo social, comparten la idea de responsabilidad común al resto de mortales de su sociedad. Pero el proceso de aculturación (casi podríamos llamarlo así) es extremadamente rápido, violento, y, entre otros valores importantes, el de la responsabilidad se transforma rápidamente. Adopta a veces la forma específica de arma arrojadiza, o también martillo, o hacha, quizá armas todas ellas de papel o de mentirijillas, hacia otros componentes de la categoría política que, en base a criterios internos (que hace ya tiempo dejaron de ser ideológicos), o pactos entre "caballeros/as", entienden la responsabilidad del modo en que sólo dentro de la categoría política se entiende.
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