Pero con los libros digitales te la juegas con apenas esas pocas páginas legibles de muestra que suelen ofrecerte. No puedes saltar, como en la librería, unos capítulos más allá. Con lo que a menudo, y no sólo en lo que a best sellers se refiere, puedes encontrarte con unas primeras páginas que enganchan (quizás retocadas en la propia editorial por algún negro literario) que luego se convierten en auténticas cadenas que, para quienes no sabemos abandonar una novela empezada (incluso con las películas me ha costado muchos años de entrenamiento aprender: tiene que ser vomitiva para no terminar de verla), nos lastran durante días, a veces semanas.
Es lo que me ha ocurrido con las dos últimas novelas. Una es una petardez previsible, La casa del propósito especial, tan rancia que roza lo casposo, a la que presentan nada menos que como sorprendente aunque desde la primera página puedas prever cómo va a terminar, y progresivamente qué va a ocurrir unas páginas más allá, incluso puedes calcular cuando llegará la siguiente escena artificiosamente lacrimógena. Hay alguna escena bien narrada, pero en conjunto es aburridísima.
Y de un tropiezo a un tropezón, dieron mis ojos luego con otro mamometro inacabable, con otro título infumable (Díme quién soy), otra más que viene a aprovecharse del rollo de la memoria histórica, aunque ahora desde una perspectiva subcultural muy distinta, que yo ubicaría en torno al Opus Dei por algunos detalles, entre otros su particular tirria a la Falange. Aparte del detalle -supongo que autobiográfico- de autolamentarse cada tres o cuatro páginas de lo mal que les va en España a los periodistas no partidistas, es un rosario de lugares comunes, un recorrido espacio-temporal completamente irreal (algo grave en una novela que se pretende realista) e improbable, un conjunto de escenas tópicas mal encadenadas con el Scrivener (para Mac, seguro). Pero sobre todo largo, larguísima. Con lo que además resulta tremendamente redundante: una y otra vez nos recuerda/repite detalles que cualquier lector retiene a la primera. La verdad es que como periodista siempre me ha parecido un poco insustancial (y básicamente conservadora). Como novelista no la conocía, pero no repetiré.
Lo cierto es que lo intento cada vez con menos "nuevos valores". De verdad que lo he intentado con todos esos supuestos grandes novelistas españoles y españolas, y me han parecido, en general, penosos. Algunos insoportables desde las primeras páginas, por horteras, otras por pretenciosas, unas terceras por capciosas, otros por tendenciosos panfletarios... Creo que más acá de Eduardo Mendoza no hay nada legible en este país, así que me dedicaré en las próximas décadas exclusivamente a releer, especialmente a mis fetiches que nunca me han defraudado: Calvino, Sciascia, Green, Vian, Fitzgerald, Hamsun, Lagervist, Hesse, Capek, Prevert, Alain-Fournier, Faulkner, Buck, Le Carré, Follet y Bolaños entre lo más reciente y tantos otros, a ver si entretanto aparece alguna hornada global de buenos escritores.
Como me da cosa un comentario tan largo sin ilustración, encuentro esta bastante apañada. La tomo del comentario de un blog que arranca precisamente con una cita de Schopenhauer que hace al caso
"Los libros malos son un veneno intelectual que destruye el espíritu. Y dado que la mayoría de las personas, en lugar de leer lo que se ha producido en las mejores épocas, se reduce a leer las últimas novedades, los escritores se inscriben al círculo estrecho de las ideas en circulación, y el público se hunde cada vez más en su propio fango."
Schopenhauer
¡Pero hombre, con la de buenos autores españoles que hay deberías darle otra oportunidad a la literatura de aquí! Prueba con Javier Negrete, León Arsenal, Juan Eslava Galán, Ana Mº Matute...
ResponderEliminar