En ese deambular, me llama la atención, en la página de CEDA en la Wikipedia, el nombre de Luis Lucia Lucia. ¿Pero ese no era uno de los directores de cine más prolíficos del franquismo? ¿Luis Lucia. el de las películas de Marisol, era un político republicano?. Y no, claro... Era el padre. Y me pica esa curiosidad infinita de los momentos desocupados, y hurgo un poco en la historia de Luis Lucia Lucia, y me deja impresionado, y me lleva a pensar de nuevo en la necesidad de la Memoria, pero de la memoria sin adjetivos, al contrario que la memoria los ganadores, sucesivos ganadores, de las contiendas. Aquí necesitamos esa memoria republicana que guarda el recuerdo del dolor des-colorido de las gentes (porque el dolor siempre es descolorido). Como el de ese militante derechista valenciano de la CEDA, que se niega a apoyar el Alzamiento de Franco y lo proclama públicamente, pero aún así es detenido por los milicianos anarquistas por derechista y condenado a muerte en Barcelona, librándose casi por casualidad cuando los franquistas entran en Barcelona..., para volver a ser condenado a muerte unas semanas más tarde por éstos, por no haber apoyado el golpe. La pena de muerte fue commutada por intercesión de algún obispo, pero el hombre quedó fuera del mundo, desterrado en Baleares, no permitiéndosele volver a Valencia, su ciudad natal, sino para morir.
¿Cómo sería el dolor de ese hombre, humillado sucesivamente por unos y por otros, condenado sucesivamente por unos y por otros, apestado sucesivamente por unos y por otros?. Pues la cosa no acabó ahí, y así conectamos con el tema del plagio
El buen hombre había escrito un librito de poesía mística religiosa durante su cautiverio en la Cárcel Modelo de Barcelona, por cuenta de la República primero, y del franquismo después. Consigue publicarlo en 1956, pero como apestado del Régimen que es, nadie le presta atención, por muy místico cristiano que sea. ¿Nadie?. No... Pasaba por Madrid un personaje, como todos los organizadores de sectas y similares, con un gran olfato: Marcial Maciel, ese perverso depredador de niños. Seguramente encontró el libro en alguna librería de viejo, que es a donde iban a parar enseguida los libros de los apestados. Le impactó, preguntó por el autor, observó que nadie lo había leído, por apestado, y tararíqueteví, sin más tonterías se apropió el libro, le añadió algunos comentarios y lo convirtió en el libro de cabecera de su secta, los Legionarios de Cristo. Un bisnieto de Lucia reivindica aquí la memoria de su bisabuelo, y sobre todo la autoría de ese libro. Con eso la memoria del latrocinio no se borra, porque Internet sí asegura la memoria, la memoria sin adjetivos, la memoria del dolor descolorido.
Y bueno... Sería una historia más de plagio. Pero no. Es que Luis Lucia es el plagiado por antonomasia. Un link de la página de su descendiente me lleva a este artículo, del que quedo enganchado (aunque continuamente tengo que girar un poco la cabeza para respirar, porque llega a axfisiarme el tufo a nacionalismo del peor, el teñido de religión, ese que se cuece en las abadías del País Vasco y Catalunya) por lo que cuenta y cómo lo cuenta (todo aquel que usa una linterna ilumina, venga de donde venga la pila). Y en ese artículo se relata cómo aquel buen hombre ya había sido plagiado años antes, y de forma inmisericorde, nada menos que obligado a hacer de negro de un cura carcelero. Mejor dejo la palabra al autor del artículo:
"La pastoral de los condenados a muerte es uno de los aspectos más negros de la actitud de la Iglesia española ante la represión de la guerra y la primera posguerra. En un libro publicado en 1942 por el capellán de la Cárcel Modelo de Barcelona se lee:
Sólo al condenado a muerte, en lo que humanamente cabe, le es posible saber la hora fijada en que ha de comparecer ante aquel juez, cuyo juicio, supremo, decisivo e inapelable, es lo único que puede para toda una eternidad interesarle. ¿Cuándo moriré?, ¡oh, si lo supiera!, repiten a diario las voces íntimas de millones y millones de conciencias. Pues bien: el único hombre que tiene la incomparable fortuna de poder contestar a esa pregunta es el condenado a muerte. “Moriré a las cinco de esta misma mañana”. ¿Puede darse una gracia mayor para un alma que haya andado en su vida apartada de Dios?
Me estremecía el cinismo de este capellán de prisiones, hasta que supe que estas palabras, y el libro entero, no eran obra suya, sino que, como ha demostrado Vicent Comes, son de un preso condenado a muerte: Luis Lucia y Lucia. La familia de Lucia ha conservado su correspondencia con el sacerdote, que le urgía a terminar el libro porque lo quería presentar como mérito para su ascenso en el cuerpo de capellanes de prisiones, y que en efecto le valió para ser elevado a la jefatura del mismo"
A que produce ganas de vomitar, ¿verdad?. Pero también un inasible sentimiento de solidaridad postmortem.
Ni que lo hubieras escrito pensando en el ministro alemán
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