Desmontando a Rajoy

Dicen que ha llegado un superasesor electoral (osea, uno de esos feriantes que actúan más o menos así: cuando el asesorado gana, creen ser el demiurgo; y cuando pierde se desvanecen, normalmente en Latinoamérica a la busca de otros incautos, pero que entretanto se han embosado unos cuantos millones) que ha deconstruido (¡Dios! ¡¿Cuándo dejarán de rellenar telediarios con las pachuchadas de los cocineros que creen ser algo más que cocinillas, y que han sucedido a los sastres que creían ser algo más que sastres?!) a Rajoy . Osea: que lo ha retrotraido a su pura y prístina imagen de zangüengo (existe, existe la palabra, y no sólo en mi pueblo) registrador de la propiedad de provincias, despotricador en el casino entre copas de coñac y nubes de humo de habanos.

Osea: a la imagen del abogado del Estado amargado/aburrido en Logroño (su homo antecesor). Osea: la pura imagen del político centrista que puede ganar unas elecciones en España no habiendo corrupción ni crímenes de Estado de por medio. Listo el asesor... menudo lumbreras está hecho.

¿La consecuencia? Pues que el señor registrador está mareado, perplejo, alucinado con tanto cambio como le obligan a hacer. Que si ahora azúl mahón, bandera en ristre y la mirada al cielo, perdida en los luceros... Que si ahora somos la revolución centrista y de butanito... Que si ahora azul meapilas... Pobre hombre, y total para nada....

Pero yo estoy feliz. No tanto porque la gente vea más claramente al opositor/candidato como el zangüengo opositor/registrador que es, que yo creo que ya lo veían sin cambio de look; sino porque por fin han liberado el color mandarina, que el facherío neocon en general se había apropiado hace tres años, con gran dolor de mi corazón (suena Tangerine, la mejor canción del III, el mejor disco de Led Zeppelin, para celebrarlo)