2024/04/10

Cuentos generacionales



Qué curiosa es la interacción en la Noosfera, en esos puntos de conexión o sinapsis que se establecen entre las neuronas individuales y las colectivas. Llevo tiempo dándole vueltas a la idea de poner en cuestión muchas de las derivadas que se hacen de la concepción errónea de las generaciones predominante, que consiste en atribuir generalizaciones, esto es comportamientos o actitudes generalizadas que en realidad sólo estaban presentes en una minoría. Las generaciones son flujos continuos de masas informes dentro de las cuales viajan, a la vez pero en cierto modo aparte, minorías que activan cambios propuestos por minorías de la generación anterior, o proponen sus propios cambios en cuanto a hábitos, valores, creencias, etc. El resto de la masa demográfica que incluye esas tres o cuatro cohortes sigue sin más el curso que les está marcado por las tendencias precedentes. 

Un hecho básico me hizo tomar consciencia hace tiempo de la necesidad de que aborde (no aquí, sino en un trabajo de más enjundia) ese asunto: las quejas que venimos expresando entre el profesorado sobre la cada vez más reducida capacidad de lectoescritura de nuestros alumnos. 

Y va y me encuentro con este artículo, que brevemente sintetiza mi hipótesis de partida de forma concreta, referido a mi otros generación, sobre la que llevo años anotando: ¡pero si leíamos cuatro! ¡si éramos cuatro los que escuchábamos a Aute, Dylan, Ferré o incluso los Rolling (aparte del Satisfaction, Konky Tonk Woman o Angie)!. La mayoría andaba en el fútbol, Manolo Escobar, el Marca, enseguida Pronto... Leían (si acaso) lo que se les mandaba en el Instituto o en la Universidad; escuchaban lo que dictaban los 40 principales; les inquietaba básicamente su futuro laboral o su futura cartilla de ahorros, y todo así. La propia participación en procesos o movimientos, en la Transición, estaba limitada a cuatro gatos. Cuando vas en una manifestación, o en un acto te has reunido con cien personas, te parece estar en medio de las masas en marcha, pero se trataba de una gota en el océano, a lo sumo de un banco de sardinas en medio del Atlántico.

El periodo más activo de mi adolescencia se ubicó nada menos que en uno de aquellos Colegios Menores del Frente de Juventudes, en donde durante dos cursos me alojé en Zaragoza, entre los 15 y los 17 años. En estos colegios trabajaban como "educadores" estudiantes más mayores, de Universidad, supongo que vinculados familiarmente con el Movimiento, pasados por la Escuela de Mandos José Antonio, entre los que había de todo: desde nazis hijosdeputa auténticos sádicos, hasta poetas delicuescentes que fomentaban intensamente la cultura entre los residentes. Allí tuve mis pinitos con el teatro, soñé con ser cantautor (hice unas cuantas entrevistas a cantautores de paso por Zaragoza) para la revista del colegio, llevaba la "radio" del colegio (creo que los sábados por la tarde por los altavoces) y me hice cargo durante un curso de la biblioteca, lo que me otorgaba grandes privilegios: entrar cuando quería, y sobre todo acostarme cuando me daba la gana, con la excusa de que quedarme a ordenar. Una biblioteca en la que estaba El Capital exquisitamente encuadernado en piel, donde devoraba la revista Índice (la revista de Fernández Figueroa que venía a ser El Viejo Topo en el franquismo). Pues la mayoría de los usuarios se limitaban a utilizar las enciclopedias para trabajos de clase, o las lecturas obligatorias, y por supuesto los tebeos. En vacaciones no se rompía el ritmo, porque aunque la actividad principal era el trabajo en el campo, en el pueblo había un cura (Roberto Miranda, al que el obispo terminó enviándolo castigado a un pueblo "perdido" por el Sistema Ibérico, luego se fue a misiones y expulsado de Burundi finalmente se salió de cura y se convirtió en periodista) inquieto que además de animar teatro y otras iniciativas en el pueblo, a mí me sacó de Bécquer y me adentró en el surrealismo o "los novísimos". Pero de nuevo éramos cuatro, ni siquiera la mayoría de mi cuadrilla (o cuadrillas, por las que circulé) participaba. Y así fue después en la escasa vida universitaria propiamente dicha que tuve (de hecho, la mayoría de quienes estudiaban Periodismo con lo que soñaban era con el periodismo deportivo).  
 
Así que, en relación con esa cuestión que me inquietaba (el nivel de lectoescritura de nuestros alumnos, ciertamente MUY bajo), que no vengan con cuentos, ningún tiempo pasado fue mejor. Porque como dice Menand, en el artículo enlazado, "la fracción de cualquier generación involucrada en comportamientos radicales o contraculturales es siempre muy pequeña". Es más, esa minoría es normalmente despreciada, reprendida o ridiculizada por sus coetáneos, incluso dentro de sus círculos familiares o de amistad.

Al fin y al cabo, lo que escribió Machado era universal, aunque él se lo dijese a España, ese país en el que tanto nos gusta la autocompasión:

"De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa.
Nunca extrañéis que un bruto
se descuerne luchando por la idea."

Seguiré con esto. Me prometo a mí mismo terminar de desarrollarlo, incluso acabarlo. Un día. No aquí. O sí. Según vaya el nivel de molicie.

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