2021/01/09

Racializado


(Las fotos son de St Étienne de Baigorry, abril 2009)

Es sabido que la racialización es otro de esos términos postmodernos, como todos paradójicamente fruto de la colonización anglicista que sufre el planeta desde hace algo más de medio siglo. Se refiere al hecho de sentirse igual de negro, moro, gitano o pakistaní, es decir de pertenecer a una etnia o raza (para quien crea en las diferencias biológicas), pero a la vez consciente de que eso te supone desventajas en algunas sociedades, más en particular en las occidentales. Osea, con conciencia de raza (y no de etnia, de raza sin tonterías). Cuando uno (si es una parece, dicen, que la sanción se multiplica) expresa y se define racializada, está diciendo a los demás que mucho ojico, que tengan cuidado, porque es consciente de que van a tratarla de forma desigual y no lo va a permitir. Como si los discriminados por razón de raza o etnia no fuesen conscientes en otros tiempos, antes de la aparición del concepto.

El caso es que la racialización es funcional, pues a menudo permite obtener posiciones (concejal, diputado, contratos, aprobados, plazas en la Universidad, etc) que de otro modo, en un normal concurso, quizás (digo quizás) no se habrían obtenido. Por eso, por mucho que algunos clamen contra la postmodernidad y todas sus expresiones, pervivirán conceptos/herramientas como este. Porque (haciendo, como hay que hacer para entender el mundo, un análisis materialista-cultural) tiene consecuencias positivas para quienes desarrollan esta práctica cultural, por extraña que parezca.

Además, hay racialización (como ocurre con la movilidad social) en dos direcciones, hacia arriba y hacia abajo. La evidencia es que hay razas, etnias, grupos sociales de todo tipo, mejor valorados que otros por los actores sociales. Somos conscientes de ello a diario, cuando se distinguen profesiones (la elevada consideración social del conjunto de rol/status de médico es el ejemplo más habitual), pero es no menos evidente cuando se evalúa, a cualquier efecto, a personas de distinto origen geográfico (a veces basta con procedencia, otras con la mera simbología, como es un apellido). Por ejemplo, los catalanes serán a priori y en general mejor considerados que los andaluces para determinados cometidos, y además con independencia de la orientación ideológica del "evaluador". Si es conservador, lo hará porque en el imaginario colectivo que ha conformado su personalidad el catalán es considerado como más aplicado, emprendedor, ahorrador, etc. Si es progresista, porque al catalán se le supone un plus de modernidad, de cosmopolitismo, aunque paradójicamente uno de los componentes del imaginario que alimenta esa visión sea el localismo nacionalista, antítesis del cosmopolitismo.

Pues eso nos pasa a quienes tenemos apellidos vascos (cuantos más, como es mi caso, mejor; así a bote pronto Baigorri, Agoiz, Larralde y Yoldi entre los más cercanos). Y si le sumas un nombre tan raro, que en realidad no tiene nada de vasco (lo llevo por mi padre, al que a su vez se lo puso mi abuelo porque era un lector compulsivo del volteriano, picante, decadente y lerrouxista, Artemio Precioso) pero a los fetichistas se lo parece, el efecto es doble. Pero yo procedo de un pueblo aragonés, aunque fronterizo con Navarra; de una zona que antes de la romanización compartían, como iberos que todos eran, muchos elementos identitarios con tribus que, al quedar algo (sólo algo) aisladas de la romanización, conservaron identidad propia, los vascones aquéllos. Es decir, que en el origen pues era muy parecido el personal del Pirineo, del Cantábrico y de la Ribera del Ebro; se las arreglaban como podían de igual modo, adoraban a parecidas tonterías, y celebraban rituales muy parecidos disfrazados con cuernos, pieles de carnero y bailando como si luchasen, pero sólo amagando (por La Ribera somos muy de amagar).

En mi pueblo puede que la mitad de los apellidos sean vascos. Vasco-franceses la mayoría (es decir navarros de la antigua Baja Navarra). Pero hace cuatro o cinco siglos apenas había. Algunos quizás llegaron con Alfonso el Batallador, cuando conquistó la Ribera del Ebro, aunque quedaron más en el lado navarro de la muga, como imaginé mágicamente, con escasos datos, cuando escribí la historia de un pueblo vecino, Ribaforada (como no era historiador, me atreví a hacerlo en un par de meses). Pero la mayoría debieron llegar entre los siglos XV al XVIII, seguro que huyendo por razones diversas. Quizás primeramente de la fractura política que se creo en el Reino de Navarra, cuando los líos entre agramonteses y beamonteses (en el castillo de mi pueblo estuvo preso el Príncipe de Viana); quizás más tarde por causa de las persecuciones y guerras religiosas, huyendo de los hugonotes; quizás más tarde aún, huyendo simplemente de alguna de las hambrunas en la montaña. El caso es que se instalaron como agricultores (normalmente administradores de terratenientes absentistas de la baja nobleza navarra y aragonesa) y ganaderos, y ahí siguen, escasamente mezclados (casualmente o no) con los apellidos de origen godo, castellano, aragonés, judío o morisco (de los que también tengo algunos menos, como Cabrejas y Gotor).  


En ocasiones todo esto me lo he tomado un poco a cachondeo, porque ante los delirios racistas de algunos impresentables es lo que toca. Pero a veces esos apellidos vascos también han sido un problema. Pequeñas molestias. Por ejemplo, enseñar mi carnet de conducir, en algún control, en aquéllos tiempos, suponía a menudo un pequeño retraso, abrir el maletero que a los coches previos no habían obligado a abrir, por ejemplo. O ser observado/analizado/vigilado por Servicios de Información (tan torpes los vigilantes que uno se lo dijo a mi padre en mi pueblo sin saber que era mi padre; y otro, ya en Badajoz, tan tarde como en los 80', a un vecino que era amigo mío). Pero la mayor parte de las ocasiones han sido beneficiosos. Así como suena, beneficiosos. 

Si tienes apellidos vascos tienes a priori un plus de valoración positiva (salvo que se trate de un troglodita irredento), eso es racialización ascendente. Quieras que no, la mera posesión de esos apellidos ubica automáticamente tu origen en el País Vasco, a cuyos habitantes se les atribuyen en España una serie de cualidades. Pero sobre todo, especialmente después del fin de ETA, no caen mal a casi nadie (aunque en realidad aragoneses y navarros andan parejos). 


Pues el caso es que a partir de ahí, en base a esos apellidos la gente se empeña en hacerte vasco aunque no lo seas (algunos jesuitas de Tudela se pasaron tres años de mi infancia y primera adolescencia empeñados en que me sintiera vasco, incluso convenciéndome de que estudiase euskera, del que lógicamente no me queda nada). Tanto es así que, aunque yo esté localizable on line, con mi bio abierta, desde que existe Internet, sin embargo una de las primeras iniciativas culturales vascas en la red, la Auñamendi Eusko Entziklopledia, se empeñó en hacerme vasco, "vasco de La Ribera", decía en su primera acepción. Yo les escribí agradeciéndoles el honor pero indicándoles que era ciudadano del mundo, vale, pero aragonés de origen, aunque me había movido mucho, por estudios, trabajos y movilizaciones, en Navarra (porque por supuesto, en una Enciclopedia Vasca, Navarra es del País Vasco), y modificaron la redacción a algo así como "sociólogo vasco originario de Mallén (Zaragoza)", si no recuerdo mal (lógicamente no queda rastro). Volví a escribirles, y por fin conseguí que me borrasen. Pero como ya me aburre tener que explicar que no, que soy de un pueblo que..., pues ya paso cuando alguno insiste (porque hay quién insiste), aunque a veces me pique un poco (poco).

Bueno, pues por eso me resulta de lo más gracioso descubrir hoy esta descripción biobibliográfica que me hace Manolo Pecellín, sin duda el más insigne erudito extremeño: "zaragozano con sólidas raíces vascas". Y mira la de veces que me habrá oído hablar con ese habla de ribero que durante años casi cultivé, como otros cultivan una lengua, y que aunque se va borrando, aún está ahí... 



Sólidas raíces, puede ser, pero de especies en extinción 











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