He visitado pocos países. Porque no me gusta ir por ir. Siempre he viajado por algo, para hacer algo que había que hacer. Desde ir a Zaragoza al médico, o a comprar la cazadora que había que estrenar para el Pilar (que era cuando se estrenaba, no en las fiestas del Cristo en septiembre), ir a Colombia a dar un curso, cruzar Europa para llevarle a mi hija a Alemania las cajas de cosas acumuladas en su anterior trabajo en Lisboa, viajar a Japón, o ahora a Nueva York, a un congreso. Claro, que esta vez vengo única y exclusivamente porque se celebra en Nueva York. El congreso, no sé si alguna vez se ha expresado con tal nitidez en primera persona, es esta vez la excusa. Porque quería volver a Nueva York. ¿Me seguirá impresionando como me impresionó hace un cuarto de siglo, la primera vez...?. Lo dejaré a medias, como dejo la descripción de casi todos mis viajes, pero entretanto iré anotando aquí algunas de esas impresiones.
Porque de los pocos países que he visitado, sólo hay tres que me han dejado enganchado como para desear, o no importarme volver, aunque (casi) todos me hayan impresionado por algo. En Francia siempre veo cosas, en las ciudades o en los pueblos, que me sorprenden o con las que siento cierta conexión. A Colombia me iría a vivir (eso sí, sólo entre la clase media: por arriba no la soporto y por abajo ya no podría adaptarme, que uno está mayor). Y a Estados Unidos volvería una y otra vez, y aún ahora, con estas edades, aún me vendría a vivir. Afortunadamente nadie me invita a hacerlo. Desde joven. Cuando en mi entorno progre querían viajar a Rusia, a Cuba, a China, ¡a Albania! (y podían, o les podía el partido o la familia y lo hacían) yo decía que preferiría (porque no podía) viajar a Estados Unidos. La cuna del mundo que vivimos. Y venir a la Roma del siglo XX (y del XXI porque auténticas Roma's en los últimos dos mil años sólo han sido dos) fue una cosa impresionante aunque ya era cuarentón cuando pude hacerlo (con ayudas, de paso hacia una estancia en Mexicali y San Diego para estudiar sobre fronteras). Luego he podido volver a los Estados Unidos en dos ocasiones: un mes en Chicago en otra estancia, a finales de siglo; y en 2012 aprovechando los fines de semana del curso que estuve impartiendo en la Universidad Autónoma de Baja California. Los fui anotando, hasta que me pudieron las urgencias, aquí, aquí, aquí y aquí.
Pero a Nueva York no había tenido ocasión de volver para algo, en un cuarto de siglo. ¿Me seguirá impresionando como entonces?
Por lo pronto me impresiona la moqueta del hotel "con encanto" en la web (amén de abordable por precio, que casi era el criterio principal), en realidad simplemente avejentado, muy avenjentado. Ahí está, recibiendo imperturbable desde la Gran Depresión, la moqueta
Y luego andan obsesionados en la frontera con el sarrampión o el ébola... Raro es que con estas moquetas no hayan acabado con la especie humana en el último siglo.
Pero seguro que por la mañana me olvido de ella, no importará, me dije anoche, o hace un rato. Sólo siete horas cruzar en avión, lo que cuesta ir en tren (si llegan) de Badajoz a Madrid (cierto, en coche cuesta mucho menos, y ayer aún costó mucho menos, cruzo los dedos durante un par de semanas). Pero casi tres luego entre pitos y flautas (casi tres cuartos en pista, más de una hora de cola en aduana, maleta, media hora para localizar y esperar al Shuttle, y casi otra hora (porque el algoritmo ha decidido que nos toca la última parada del repartidor de viajeros) para llegar al Hotel. Pero por la mañana será otra cosa. Y claro que al despertar al amanecer te olvidas de la asquerosa moqueta. Pero me vuelvo a intentar dormir un par de horitas más, que llegar de noche es lo peor que hay.
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