2009/01/12

El turista instrumental (Buenos Aires)

Es que no me gusta el turismo; ni el concepto, ni la teoría, ni la praxis. Si no vinculo el viaje a un objeto me parece consumo conspicuo de tiempo, imágenes y emociones prefabricadas. Y lo digo después de haber escrito cinco guías turísticas (tres de ellas con pretensiones de libro de viaje intelectual, y consecuentemente no publicadas en su versión original), y haber hecho análisis de diagnóstico de ciudades de playa (concretamente de Salou, Puerto de la Cruz y San Bartolomé de Tirajana/Maspalomas), en una de esas vidas. Quizás ha sido uno de los (muchos) errores de mi vida: no disfrutar del turismo, del viaje en compañía, siempre queriendo ir más allá, hacia ningún sitio...


Aún así viajo, y disfruto a veces como un enano de algunos rincones, platos, gentes, escenas imprevistas, espacios programados para gustar, objetos de consumo también -claro-. Pero no sigo las reglas -claro-, ni siquiera las que yo he puesto en las guías que yo he escrito. Para este viaje incluso había reservado un par de días, que al final sólo han podido ser unas horas robadas a cada día. Porque además por América sí que me gusta viajar, no tengo claro por qué más que por Europa. Aunque normalmente vuelvo harto del vuelo y me digo que no volveré hacerlo si no me puedo permitir ir en primera. Pero es que volar con los Airbus que llevan las compañías europeas de bajo coste (¿bajo? ¿pero hay algún coste bajo?) es un crimen, en aviones diseñados para llevarnos asalchichados durante dos o tres horas por Europa hay que pasar atrapados entre once y catorce horas. Pero viajo con Aerolíneas Argentinas, y por suerte (uno de esos fetiches de juventud) en un 747, en el que nunca había viajado, que seguramente inspiró El castillo en el cielo, esa maravilla animada. No importa lo viejo que esté, es un señor avión.


Y luego hay una cosa... Los viajes complicados siempre se complican, y amenazan amargarte el journey (ya que esoy en Latinoamérica, prácticaré sus vicios linguïsticos). Pero de alguna forma, pura paradoja que es uno, esas complicaciones me estimulan. Por ejemplo Iberia me dejó en tierra el día 9, después e hacerme perder toda la tarde esperando en el aeropuerto de Badajoz, y en vez de esperar a su prometido vuelo del día siguiente (he aprendido a no fiarme de esas promesas), me cogí el coche y me lancé a la carretera. Una vez en ruta fue cuando empecé a ser consciente, al oir la radio, de lo que estaba pasando en Madrid, e hice los 400 kms en muy poco más de dos horas... Terminé deduciendo (supongo que para facilitar el olvidarme del asunto hasta que empiecen a llegarme las notificaciones de pérdida de puntos y cientos de euros de multas) que al darse la suma de fenómenos (el temporal de frío, niveve y hielo y el retorno vacacional), los de Tráfico habían optado por desconectar los radares, para evitar frenazos que pueden generar choques en cadena. El caso es que me sorprendió cómo mi cutrehyundai de 1.2cc y 90 CV se mantenía interpérrito a no diré la velocidad para no autoinculparme. Pero es que temía quedar atrapado, porque desde luego no pensaba dar marcha atrás. Cuando llegué al Ibis de Alcorcón llevaba una carga de adrenalina encima de aúpa... Y claro, con tanta carga de ¿adrenalina? apenas dormí algún rato en la noche.

Tanto el pánico mediático que había deglutido durante el viaje ("las autoridades piden a los madrileños que no cogan el coche salvo que sea absolutamente imprescindible") que al día siguiente todo me pareció como un poco ridículo. Se circulaba de maravilla por Madrid (entre otras cosas porque los españoles ya somos tan disciplinados como el resto de los europeos, y si los sesudos ingenieros nos dicen que nos quedemos en casa, SE QUEDAN en casa), y el sol brillaba, y hasta dí un paseo que me hizo anticipar tiempos de vino y rosas, creer que el sol brillaba para mí. Por supuesto, sé que el sol nunca brilla para uno: reflejamos su luz hacia él mismo.


"- Bueno, habrás ido a la Boca..."

Pues no. La noche de la tarde en que llegué empecé cenando pollo mientras escuchaba tangos tocados por un viejo triste con su bandoneón. Y no pienso ir a la Boca (bueno, en realidad, lo reservo).

A la mañana siguiente me dí una panzada de caminar. La cuadrícula es maravillosa, pero (he recordado mi primer otoño en Barcelona, cuando fuí a estudiar Periodismo a los 17... no, yo al contrario que Violeta nunca volvería a los 17... las caminadas inacabables por el Ensanche... que suena mucho mejor que Eixample), ... pero no te das cuenta de lo que llevas caminado hasta que los pies se te rompen. Afortunadamente recordé, cuando iba por Independencia, en San Telmo (allí no llegan los turistas, ahí está la argentina urbana que sosbrevive a salto de mata, y ese perro cojo y deforme que saluda cariñoso a todo aquel que se le acerca es una buena imagen) lo que mi colega Ramón me contaba el otro día: que los deportistas comen mucho plátano para mejorar los dolores musculares. Así que me tomé un licuado (batido) de banana (ponen unas jarras enormes), cerca de donde vive el perro, y realmente horas más tarde la sobredosis de potasio se hacía notar.


Es también el territorio en el que surgen las iniciativas mutuales (más que solidarias, o solidarias más bien en el sentido de que unen, sueldan la colectividad) ciudadanas, como ese miserable pero digno rincón recuperado por unos pocos voluntarios en cualquier cruce de calles.


Por su parte el gobierno, como cuando Perón, lo que les da básicamente a esas gentes es poesía. Poco más. Hermosa, sin duda, como estos bellos versos de la Storni. Pero poesía...


Cosas que me han impactado. Lo primero: los bancos. Ni en Madrid, ni en Paris, ni en Chicago, ni en Nueva York (ni en el mismo Wall Street) había sentido nunca tal sensación de omnipresencia y de soberbia, ni tanto movimiento de dinero... La calle (no, claro... no he ido por Florida, que ya la caminé anoche, sino por San Martin) tomada por los vehículos de transporte de dinero. Dudo que haya otro país del mundo en el que la sede del gobierno esté prácticamente sitiada por las sedes de los bancos. Y consecuentemente la calle plagada de seguratas públicos y privados. Lo que no impide los atracos. Me topo con una de esas escenas que me bloquean (soy incapaz de sacar una foto en esos momentos, quizás por eso me fuí del periodismo y no por supuestas querencias intelectuales): una mujer de mediana edad (sí, unos 45 ya es una mujer de mediana edad) está de rodillas, casi aullando. Parece un ataque al corazón, o algo así. Un grupo de personas la rodea. Lleva un collar muy lujoso, un vestido muy sexy, negro, muy europeo. Llega la que parece una amiga, con aspecto de ejecutiva, que la consuela al par que llega un coche de la policía...

- No pude verle la cara... Me arrancó la plata pero no pude verle ni la cara... -se esfuerza en decir la yaciente. Las mujeres.... No sé dónde están las abuelas de mayo; ahora hay madres de la calle, abundan las casi niñas con bebé en brazos pidiendo entre las luminarias de la noche; abundan las ejecutivas por San Martin; y hay jomelesas viviendo en los parques.


Bueno... Antes que eso me ha impresionado el Shoping especializado en informática (Paraiso, o algo así, por Florida), porque era tal cual uno que visité en Bogotá para comprar una cámara de fotos (aquí buscaba un cable de red, que en el hotel no tenían). Las economías de aglomeración funcionan mejor en América que en Europa, por lo que sea (y eso que quienes las convirtieron en teoría eran europeos, creo).


La Plaza de Mayo no me produce efecto alguno. Y es que las proporciones son un poco tontas, con esa absurda catedral metropolitana que parece un templo de Venus pero en el neoclásico más hortera que pudo haber llegado acá, y esa Casa Rosada (leo en los papeles que la Prima Dona está malita... ¿se habrá hecho la prueba del embarazo?) también de proporciones un poco ridículas, comparada con los bancos que la rodean. Pero la esquina de Roque Saenz con Rivadavia sí que impacta, con el seudoflatiron que toda ciudad cosmo debe tener en algún punto de perspectivas poderosas.

Por cierto... Paseando por aquí no llego a entender de dónde coño se han sacado durante décadas lo de Paris de América. Buenos Aires no tiene nada que ver con Europa; es pura América, si acaso rememora algo (en sus debidas proporciones) es a Nueva York. Hasta la Estación de Retiro tiene un aire a Central Station en sucio y desidiado


El trajín de la ciudad es más neoyorkino que parisién, desde luego. Cerca del Wall Street bonoaerense encuentras recoletas calles llenas de sitios super in para comidas rápidas de yuppies estresados.


En la calle te encuentras a veces con esas argentinas que clavan los puñales por la espalda, que todo intelectual que se precie ha temido encontrarse: de Discépolo a Calamaro, excelsos narigudos, las han descrito para aviso de caminantes. Tienen una estructura molecular específica. Pero se puede caminar sin temor, acá... Porque en realidad a esas flacas te las podés encontrar en cualquier nodo de la urge global, por rural que sea... Lo que hay que hacer es tener claro a qué te enfrentas, y seguir las instrucciones de los maestros para no dejarse arrastrar ni hasta el arroyo (Discépolo) ni hasta la nada (Calamaro). Osea: como en todo, sangre fría. Bueno... No sé a qué viene esta disgresión... Cosas de las sinapsis, nada más.

Comí ese mediodía en uno de los pall mall espectaculares del centro de Buenos Aires (shopings), aunque me impresionó más la noche anterior al pasar junto a él.


Uno de esos shopping tan americanos aunque a algunos turistas les resulten tan europeos. Es de algún momento indeterminado del segundo tercio del siglo XX, y tiene unos hermosos frescos, como éste en el que vemos a un Dios exhausto, con el torso vaciado de tanto insuflar energía a la ninfa que quería escapar de entre el carrizo en el que se hallaba atrapada. Patético...


Cedo a las circunstancias, al deber ser, y me zampo un ladrillo de ternera argentina llamado "bife de vacío" ("por favor señor, que no se vea sangre", pero ni hostias). Una y no más, me dije, por la noche volveré al pollo, ya que parece que no hay manera de limitarse a unas simples verduritas, salvo que te vayas a un chino (y apenas hay, es curioso). Vuelvo luego al Shopping a tomar un café y charlar un rato con Alejandra (quien ya de vuelta me confirma que, curiosamente, se apunta a mi lectura neoyorkina de BA, y me informa de que también se la han hecho algunos new yorkers). Pienso al entrar al local en donde tomamos en café en los bajos niveles de moralidad que estamos alcanzando: en medio del centro comercial hay un llamado Espacio Cultural Borges que en realidad es un bar; pero cómo sorprenderme si por la mañana he pasado por delante de un famoso convento que compatibiliza la asistencia espiritual (anuncio de la derecha) con la restauración chic (anuncio de la izquierda: menú a la carta de 12 euros en el Restaturante El Claustro).

Mi colega Alejandra Vallespir me cuenta los interesantes proyectos web que desarrolla con su colega Omar Villani. Además de Sociologia Humanitatis, mantienen un blog especializado en control social. Y conozco las interesantes experiencias de esducación universitaria en las cárceles; lo novedoso (para mí) es que no se trata de educación a distancia, sino que es presencial, y me cuenta que con interesantes resultados. También hablamos de las miserias comunes de nuestras universidades, y de la Sociología.

Más cosas... El metro (el subterráneo) también me resultó muy americano. Aunque también me retrotrajo a los metros españoles de los '70; los vagones conectados, un metro con horizonte, de forma que puedes ver, estés en el vagón que estés, cómo el gusano se retuerce y se adentra en la oscuridad. Una mujer madura (osea, de unos 45) me riñe cariñosamente, por llevar la cámara a la vista. Hay obsesión, según se ve en los carteles, por la seguridad. Sucesivamente iré comprobando que es una auténtica paranoia nacional.


Una cosa... Nada, una anécdota... Por primera vez en mi vida he tenido, fuera de España, la sensación de pertenecer a un país rico y poderoso (sí, vale, hagan cuchufletas). ¿Cómo? Desde la primera noche recorriendo Corrientes, entre edificios de Telefónica, el BBV, Santander, estoy alojado en un NH, paso en la mañana junto a Zara... Es una sensación extraña, no estoy seguro de que sea agradable, pero tampoco desagradable. ¿Inquietante...?.

Y bueno... Como en un par de días habré pasado de Buenos Aires a Montevideo, la ciudad de Torres García, el constructivista... ¿Arrancaría su inspiración en algún escaparate bonoaerense?

4 comentarios:

  1. :)es gracioso y entretenido seguir tu viaje...

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  2. No te olvides de traer unos alfajores para comerlos en el pasillo.
    Bicos

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  3. Ninguno de los tipos de alfajores que he probado en los hoteles me han gustado (la verdad: son dulces bastos). Como no hay aceite de oliva para desayunar tostadas, he tenido que conformarme con croissants (mala vida la del croissant, sí). Así que de alfajores, nádená

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  4. Alfajor, claro, que como todo el mundo sabe viene del gallego.

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