En principio me resultó atractiva la convocatoria que me llegó: Juicio a Aznar por la guerra de Irak. Y casi estaba a punto de adherirme.
Pero (es lo que tiene Internet: a veces hacemos cosas casi sin pensar que, como en la vida atómica, no tienen remedio, porque ahí queda nuestra huella, mucho más imborrables que las huellas atómicas) de pronto reflexioné. Me hicieron reflexionar en primer lugar algunos de los firmantes. Gentes, como Javier Sádaba, que lleva treinta años firmando lo mismo un roto que un descosido... siempre que eso le lleve a la tele. Ex amigos de Aznar como Julio Anguita, el Señor de la Pinza, leedor de cartillas como nadie (aunque en este caso es al único al que encuentro realmente motivado, pues a su hijo, periodista, se lo mataron en Irak, y un hijo duele para siempre). Conspiradores de la revolución del mundo mundial como mi querido Ramoncito Fernández Durán, que tuvo la lucidez de encargarnos (tras leer mi trabajo sobre huertos metropolitanos en El Topo) el primer estudio sobre la agricultura periurbana realizado en España (allá por 1983), cuando trabajaba en COPLACO (luego Consejería de Obras Públicas y Urbanismo de Madrid); que luego tuvo la osadía (auténtica osadía, en un funcionario de nivel 28 o por ahí) de abandonar un trabajo seguro y muy bien remunerado para dedicarse a sus libros y sus batallas; y que lleva, inasequible al desaliento, casi cuarenta años anunciando el inmediato derrumbe del sistema. Y junto a ellos toda una pléyade del ámbito de la conspiración (que bien que la revolución) permanente.
"Hay que pensarlo mejor" -me he dicho. Y lo he pensado. Y creo que Aznar, que sin duda es lo peor que le ha ocurrido (y en cierto modo le sigue ocurriendo) a España en los últimos cien años, después de Franco, la ETA y el primer Calvo Sotelo, merece la reprobación que el pueblo le dió en las urnas, y debería merecer el olvido, esto es el ostracismo democrático (un olvido que reconozco difícil, porque como cada vez dice más estupideces y hace más payasadas, los medios tienen una mina)
. Pero fue presidente por elección de los españoles (y con la ayuda inestimable, en un momento dado, del mismo Julio Anguita que ahora quiere enchironarlo). Hizo lo que hizo, y lo más lamentable no fue participar en el contubernio de Irak (que se hubiera liado igual sin su participación), sino descapitalizar el sector público, de infraestructuras y servicios; destruir la Universidad Pública, que devolvió a los viejos caciques madrileños; poner en marcha con la destrucción de la Ley del Suelo una burbuja especulativa en el sector inmobiliario del que no hay manera de terminar de salir; regalar empresas públicas a sus amiguetes (esos aspectos sín que habría que mirarlos con lupa, a ver si hay por dónde pillarles, y lo que hubiera no haya prescrito)...
Pero todo eso lo hizo legitimado por los votos. Y un juez no puede estar por encima de un político electo, por detestable que sea, mientras no incumpla la Ley. Promover el juicio a Aznar es contribuir a incrementar el poder no democrático y corporativo que han adquirido los jueces, muy por encima de su cometido funcionarial.
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No. No firmaré eso. Trabajaré en la medida de mis posibilidades para que el impresentable José María Aznar, su igual de impresentable esposa, y sus impresentables conmilitones Acebes, Zaplana, y toda la recua, salgan para siempre de la política en España. Para que sus huestes sigan donde deben estar: en la oposición.
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Eso es la política. Eso es la democracia. No sé si creo en ella, pero sé que nos iría peor sin ella.
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