Sólo quien no ha nacido cerca de Natura, osea, de donde el hombre libra su eterna batalla contra las fuerzas de Gaia, es incapaz de admirar la belleza de los artefactos mecánicos. O la captan tardíamente, cuando los artefactos han dejado de ser funcionales y pasan a ser objetos culturales aptos para el consumo, osea antiguallas. La belleza de las segadoras mecánicas en los trigales, de las trilladoras polvorientas... Incluso las empacadoras, las inicialmente feistas empacadoras, que pronto transformaron el paisaje estival: como huevos rectilíneos, las pacas de paja crearon nuevos juegos de sombra sobre los rastrojos (además de reducir el volumen de paja quemado inutilmente). Me gustaba cuando amontonadas de forma ordenada creaban nuevos volúmenes, como bloques sin ventanas en el campo (trepar por aquellos pequeños rascacielos era impresionante). Luego crecieron de tamaño, y más tarde se hicieron circulares, como enormes ruedas, y las sombras del atardecer se hicieron más fantasmagóricas.
Ahora se envuelven en arpillera sintética, y amontonadas parecen troncos prehistóricos, gigantes, troceados.
Siempre la dialéctica naturaleza-humanidad...
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