2019/03/01

De la memoria pública


No hay muerto malo, ni diputado infame el día en el que el Congreso se disuelve.

Ha de ser un mecanismo impreso en el ADN, una estrategia de supervivencia que ayudó a medrar a los humanos por entre otros mamíferos. El elefante dicen que no olvida nunca una afrenta, y puede vivir tanto o más que un humano. Otros animales inferiores incluso tienen impreso en el ADN el temor/odio a otras especies, y con ello desarrollan hormonas que les ayudan a detectarlas cerca.

Ayer, cuando (casi) todos honraban a uno de esos hombres dañinos (incluyo entre sus malas acciones el apoyo político a José María Aznar), no sé por qué (quizás me lo recordaba en algo su fisonomía) me acordé de aquel sádico jesuita que a la mínima, en clase, nos tiraba de las patillas hasta casi arrancarlas de cuajo; que se arremangaba las sayas para hablarnos con embeleso machote de los héroes de la División Azul; y que en la sesión de estudio de después de comer nos azotaba con sus disciplinas (ese artefacto masoquista) si nos removíamos en los pupitres. Te podías dormir, pero no moverte. Y me dio por buscarle, porque ya nadie muere desde que Internet existe. Y lo que me salió fue su esquela, el árbol genealógico de su familia, y un homenaje que le hacían en Tudela, hace ya un tiempo, a sus 82 años. ¡Un homenaje a semejante sádico!. No sé, algo tendría de bueno, quizás para los externos que no tenían que sufrir sus latigazos después de comer.

Por eso toda memoria pública (incluida la histórica, que siempre escriben los vencedores, por lo que es habitual que sucesivos vencedores sucesivamente la modifiquen) es una memoria falsa, es pura propaganda.

Los seres humanos avanzamos porque olvidamos. Y para quienes tienen ese verso del ADN mal escrito los humanos disponemos, en ese arsenal genético del que aún desconocemos tanto, de otra herramienta evolutiva, esa más antigua pues otros mamíferos, como los perros, también la tienen: el perdón. Cuando no conseguimos olvidar, perdonamos, o al menos miramos a otro sitio. Así que u olvidamos, o perdonamos, aunque a veces nos sepa a hiel hacerlo.

Quienes ni saben olvidar ni perdonar mueren en vida, pero sólo al morir biológico son redimidos. Pues no hay muerto malo, ni diputado infame el día de disolución de Cortes.


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