Y es que me sonaba a mí (vamos, tenía la evidencia) de que a los sociólogos marxistas de la Educación les repateaba bastante McLuhan, y ya no digamos el desestructurante, desestructurado y sobre todo automarginal Ivan Illich, ese señor coadyuvante de las políticas educativas de la derecha (sic) que sin embargo nos inspiraba a los alternativos que andábamos fuera del tiesto. No a los marxistas militantes, que solían ser gente seria, con status y escalafón.
Y es comprensible, porque el (dis)gusto era mutuo. En una entrevista publicada originariamente en la revista L'Express en 1972, McLuhan se despachaba a base de bien:
"Los marxistas son tontos. proporcionan para mucha gente una válvula de escape en el nivel emocional, pero sin la comprensión mínima de nada." [a mí no me molestaría, porque mi izquierdismo/inquietud social es de naturaleza moral; mi marxismo no ha pasado nunca instrumental, como método (complementario) de análisis, pero entiendo que a ellos, uf....]Y eso no es nada. Miren, que hay más leña al mono
"Los que son de izquierda, por lo que llevo visto hasta ahora, lo evalúan todo en términos hardware, pertenecen al siglo XIX. Se basan en categorías muy simplistas, al nivel del consumo: creen que si todos los hombres tuviesen la misma cantidad de alimentos y las mismas condiciones de vida, todo se resolvería y habría paz en el mundo. Después de todo, Marx es un hombre del siglo XIX. No es un hombre de la era eléctrica. Osea, que no me preocupan mucho, salvo por el hecho de que atraen demasiado nuestra atención, evitando que la dirijamos hacia donde realmente ocurren cosas. Además, creo que usan Marx como un medio de indignación: la la ira se convirtió para muchos en una forma de vida. Así que la mayoría de estos individuos se sienten realizados cuando están enojados; así tienen la sensación de estar integrado". [por cierto, estas líneas, ¿no hacen pensar, también esto, en las huestes podemitas?]En el caso de Ivan Illich es más extraño el rechazo, porque Marx es uno de los fundamentos de su pensamiento, así que a priori deberían tenerle un aprecio. Pero claro, también es verdad que le gustaban mucho más Proudhon y no digamos el Kropotkin de campos, fábricas y talleres. Y eso era mentar al diablo en casa del PCero y sus variantes.
Esos pensamientos alternativos y en general abiertos le producían tal urticaria al rojerío oficial, que no me extraña lo que me pasó a mediados de los '90, cuando me invitaron a la Escuela de Verano para impartir una charla sobre el tema ¿A quién sirve Internet?, "esa cosa con la que quieren controlarnos", me decía alguno antes de empezar (parecía que se habían quedado contentos con la que había impartido en una ocasión anterior, así que fui encantado) Naturalmente, expuse lo que luego conformaría como mi idea de Sociedad Telemática (el término, insisto una y otra vez, no es mío, sino de un ingeniero, como no podía ser de otra forma), con pizcas de McLuhan, Illich, Toffler, un poco de la risa floja que me provocan (como siempre, desde la cosa urbana, en la que no dió una) las tesis Castells que el PCE divulgaba urbi et orbi, y para remate Ortega (y Gasset, claro) que tampoco les era plato de gusto. La incomodidad en el coloquio fue enorme, porque la mayoría entendía Internet como un invento más del Imperio/demonio yanqui para controlarnos.
Bueno, es la reflexión que me sugiere la lectura del último breve que nos envía Fernández Enguita, y que en cualquier caso y por supuesto recomiendo leer.
Cuaderno de campo: El paréntesis escolar: Aunque muchos piensen que hay escuela desde que hay historia, la institución es reciente, producto y productora a la vez de la modernid...
El caso es que no deja de ser curioso, porque todo lo que en la parte analítica del artículo se denuncia respecto de la escuela, es perfectamente aplicable a la Universidad, esa universidad que ha construido esa generación con ese pensamiento más que único, unívoco, y que ahora está como está, convertida en un estercolero de seudo meritocracia tramposa, empapelada de acreditaciones, empantanada entre protocolos, eructando credenciales. Útil para que las élites y los ansiosos del n-logro de otro Mc(Clelland), esos "pyramid climbers" que tan finamente retrató otro outsider despreciado por la Academia (Vance Packard), pensando en la corporación moderna, pero que poco después ya trepaban con la misma ansiedad por las corporaciones públicas, especialmente por la Universidad. Claro que (pensando en Packard), ¿cómo le iba a gustar a la academia un tipo que titulaba el primer capítulo de su libro así: "The Bitch-Goddess Raises Her Demands"?. Sí, ya sé que ahora todos los académicos senior, a la vejez viruelas, intentan hacer fintas graciosas (de esas gracias que les ríen los becarios y penenes), tipo nuevo periodismo, en los títulos, pero no es eso, no es eso.
Postdata: como a no pocos se les habrá abierto el apetito, aquí he encontrado (no sé lo que durará) una copia del libro de Packard. Es una de mis debilidades; uno de mis sociólogos sin (plaza en la) Sociología, a los que quiero dedicar un libro cuando tenga tiempo.
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