La camiseta más barata de Desigual cuesta 19 euros. Un chollo para las compradoras conspicuas europeas que en realidad nunca comprarán, por demasiado barata. Pero no es moco de pavo, incluso en proporciones europeas: es lo que gana en un día una minijobista. Lo desigual vende. Por desigual, no necesariamente porque aporte algo distinto (¿de qué se trata en esa marca, en realidad, sino de los estampados floridos e incluso pelín horteras de toda la vida, especialmente de finales de los '60, pero organizados de otra forma?). La moda desde Custo Dalmau (que no por nada, forma parte de mi cohorte de edad) está llena de ese tipo de expresiones de la postmodernidad por las que se prima la diferencia. Así que quienes hemos buscado siempre distinguirnos de la masa aborregada estamos divertidos: ¿eso es justamente lo que hace ahora la masa aborregada? ¿intentar distinguirse para ser iguales?. Pues vale, con su pan.
¿Con su pan? Para nada. Con el pan del común. Porque ahora la diversidad, que ha conducido a discriminaciones positivas tan discutidas en nuestro entorno cultural, alcanza cotas surrealistas. Por ejemplo, es más probable que te contraten en determinades universidades si te declaras bisexual (o cualquier forma de expresión GLBTI) que si ocultas tu orientación sexual, o cometes el pecado de ser hetero. Es más probable si procedes de una región, comarca o pueblo que tenga una lengua propia que si hablas correctamente la lengua común en la que has de enseñar, corregir, producir (por ejemplo, que para entrar en mi Universidad como profesores estuviesen privilegiados los nacidos en los pueblecitos del Valle de Jálama, en la frontera con Portugal, respecto a los nacidos en las Vegas del Guadiana, por poner un caso, o simplemente en Madrid, porque conocen a fala, ese dialecto que con todo el derecho quiere ser lengua, que hablan unas 6.000 personas). Elementos tan dignos de discriminación positiva, para la moral postmoderna, como una minusvalía física.
No es broma, para nada. Son ya normas morales establecidas. Me llega un correo ofreciendo un económicamente atractivo puesto de profesor en una Universidad australiana, en el que se advierte a los hombres blancos, heteros y angloparlantes de que
"Macquarie
University is an EO Employer committed to diversity and social
inclusion. Applications are encouraged from people with a disability;
women (particularly for senior and non-traditional roles); Indigenous
Australians, people who identify as GLBTI; and those from culturally and
linguistically diverse backgrounds."
¡Estamos apañados! Toda la vida intentando no excluir a nadie, para terminar siendo excluidos por aquellos cuya exclusión hemos denunciado. En realidad es una ley social, de la misma forma que terminan siendo víctimas de las revoluciones quienes, sin obtener beneficio de dichos cambios (o incluso perjuicio, pues suelen pertenecer a las élites contra las que se hacen las revoluciones) las han abrazado más entusiásticamente, según el dicho saturniano del girondino Pierre Victurien Verginiaud (aunque habría quien podría decir; pues te jorobas, por encender a la bestia)
Vista la forma postmoderna de entender la dialéctica cuali/cuanti, y como lo minoritario se convierte en hegemónico, no me extraña que las minorías que han perdido las elecciones europeas en España consideren que son las depositarias legítimas de TODA la legitimidad y TODA la soberanía del pueblo español (así, unívoco y nada diverso desde su perspectiva). Las minorías deciden.
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