Andaba yo el invierno pasado rumiando, por los caminos por los que paseo cerca de casa, con los esfuerzos de las hormigas por rehacer, una y otra vez, sus hábitats. Cómo tozudamente, después de que las lluvias aneguen sus galerías, abren chimeneas de ventilación y secado tan sofisticadas como estas, que parecen una construcción humana.
Auténticas ciudades lineales, diríamos en términos humanos que nada adaptadas al entorno, por cuanto una y otra vez son inundadas sus viviendas.
En mayo, en el Taller de la Red Iberoamericana de Investigación en Ambiente y Sociedad, las comunicaciones de Cecilia Godoy, de Chile, sobre "Comunidades de pescadores artesanales del sur de Chile", y de Yara Camargo (de la Fundação Vitoria Amazônica de Brasil) sobre "População tradicional em unidades de conservação: implicações das mudanças climáticas e ambientais" me hicieron pensar de nuevo en ello, pues se referían a poblaciones tradicionalmente afectadas por temblores (o sismos, como dicen por acá en donde estoy ahora), sunamis y demás chandríos "tradicionales" de Natura que nada tienen que envidiar a los impactos que el Cambio Climático pueda generar. Gentes que una y otra vez levantan sus casas, sus campos, sus caminos y carreteras... con la seguridad de que si no ellos, sin duda sus hijos, habrán de verlos caer de nuevo con un alto grado de probabilidad.
Y conste que no me refiero con ello, aunque en el fondo se trate de lo mismo, a quienes por no tener dónde, en los arrabales urbanos, deben construir sus viviendas sobre cauces y barranqueras que tarde o temprano bajarán rebosantes, y aún desbordados. Porque en este caso no se trata de daños naturales, porque hay causas sociales, la desigualdad y la falta de Estado fundamentalmente, en casi todos los desastres por inundación.
Y ahí andaba, pensando en hilvanar los comentarios, cuando la última etapa del viaje a Mexicali, que gracias a los consecutivos retrasos de la compañía aérea, obligándome incluso a hacer noche en México DF (pero sin tiempo ni ganas para entrar en la ciudad), pude hacer de día (de agradecer por tanto los retrasos, aunque me esté suponiendo más tiempo de adaptación por el cansancio acumulado), me permitió hacer ese maravilloso vuelo prospectivo que debería hacerse sobre todo territorio que se quiere conocer (aunque entre Googlemaps y Google Earth pueden alcanzarse resultados cercanos, no es lo mismo), y observar a escala la lucha titánica del hombre contra el desierto.
Vengo a discurrir con los alumnos y profesores del postgrado en planeación y desarrollo sustentable (planeamiento y desarrollo sostenible en español ibérico) en parte sobre esa ya no sé si cuestión, tótem o mantra: la sostenibilidad. Pero cuando uno ve desde el aire cómo lo que en principio parece una gota de verde en la nada arenosa, tal que así como se ve en el centro de la estrellila roja...
Pero luego al acercarse observa que en realidad es algo más: un emprendimiento de alguien que ha arriesgado su tiempo, su esfuerzo, su capital, en generar vida en donde antes no la había...
Lo ves crecer al acercarte...
...y te deja con la curiosidad de buscarlo luego en Google Maps
...y ver entonces cómo la gente consigue vivir en ese oasis. Impresiona, sí. Se entiende lo que ha debido de ser, es, la lucha feroz de cada pionero, en el territorio como en las ideas. Y tentado se ve uno de abandonar el campo del democentrismo, para pasarse al de los cornucopianos tecnocéntricos. Porque el del ecocentrismo ya me queda muy lejos, a medida que he ido aprendiendo un poquito más, viviendo un poquito más, del hombre. Muy probablemente esa gota de verde en el desierto será cubierta por la arena en unas décadas, agotada el agua fósil que hoy la nutre. ¿Y qué? Entre tanto una, diez, cien o mil seres humanos habrán encontrado un modo de vivir, y seguir extendiendo la semilla humana.
Hablo de emociones inmediatas, claro...
Pero es que volvemos siempre a lo mismo, a lo que Geddes expresó como nadie: somos bichos que bailamos entre la adaptación al cosmos (que eso es la resiliencia) y la rebelión contra sus leyes (que eso es el progreso humano). Y nos movemos con soltura. Vaya que sí...
Digno de ver. Podríamos aplicar lo expuesto aquí a zonas poblacionales no tan lejanas sin cambiar poco más que los nombres.
ResponderEliminarGracias, y muy cierto
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