2011/07/07

Tribunales

Ayer tuve un día (bueno, una mañana) de tribunales. Completito. Tribunales de toda clase y condición. Y en todos ellos aprendí algo, que puede ser interesante compartir. No... Yo no era el juzgado en ninguno de ellos...

A las 9 de la mañana acudía a la apertura de un juicio de faltas como testigo. Un producto de la llegada a la universidad de la oleada de infantilismo que los fustigadores políticos atribuyen a la Logse, pero que sólo es producto de la evolución social, de la extensión de la placenta social. Debo declarar que he visto (y tanto que los ví, el muy engreido lo tenía en abierto para mostrar sus hazañas urbi et orbi) en el perfil de Facebook del acusado los montajes que ha hecho, y los subsiguientes comentarios, contra una profesora que sólo pretendía ser amable con el alumnado. Es el típico chuleta que supera sus traumas infantiles con musculitos y machismo, y que se ha pasado tres pueblos con la profesora, calumiándola, injuriándola y amenazándola. Lo más preocupante de hacia dónde vamos es que sus opciones profesionales eran o el magisterio (ufff..., pobres niños) o la policía (ufffffff...., pobres ciudadanos). Espero que la decisión del juez le corte esas dos vías. Y aprendo que todo quisque, por evidente y probada que esté su falta, la niega siempre. Ya había aprendido antes cómo hay profesoras que prefieren sufrir en silencio las agresiones explícitas o implícitas de sus alumnos, sencillamente porque es lo más cómodo. Ya pasará el curso, y lo perderán de vista. Mientras que hay otras que asumen la responsabilidad (y la incomodidad, y el estrés, y el temor incluso) de pararles los pies para que no sigan haciendo lo mismo a otras mujeres. Y aprendo, finalmente, que la Universidad (la mía al menos, claro) no tiene mecanismo alguno para enfrentarse disciplinariamente a esos comportamientos; es más, algunas de sus autoridades (encima, mujeres) se niegan a que la Universidad se persone a defender a su profesorado (afortunadamente otras no lo ven así, gracias a eso el mundo avanza, claro). Un asunto sucio y desagradable del que sin embargo he aprendido mucho. También que los jueces trabajan con información insuficiente, porque como la justicia funciona como la Seguridad Social, sencillamente no hay tiempo...

A las 11:30 llegaba, con la lengua fuera, al tribunal de evaluación de los trabajos del máster de investigación de mi facultad, que ya andaba a mitad. Un alumno quiso que le tutorizase su trabajo, sobre cultura financiera y estafas idem, y aunque ha sido complicadísimo porque es de derecho y no tenía ni idea de conceptos sociológicos, ni mucho menos de técnicas (de verdad... ¿cómo pueden tener la desfachatez, tantos abogados, filósofos, economistas, ingenieros, matemáticos y tal y tal y tal de colarse en la universidad como profesores de Sociología? ¿cómo no se les cae la cara de vergüenza día tras día?... cuando me enfrento a esas graves, y naturales, carencias de los profanos, pienso ineludiblemente en esa otra dimensión del tema). El caso es que para un trabajo de curso que se hace en tres meses, y que consecuentemente no puede tener ni siquiera el nivel aproximado de los trabajos de investigación de los antiguos doctorados, se monta un tribunal como si se tratase de una tesis. Y claro, societatis est, a algunos/as los subes a una mesa de tribunal y se lo creen, se olvidan de su propio origen y no veas. Eso ya lo sabía, claro; pero aprendí también a qué tipo de personas hay que evitar poner en un tribunal. En cuanto al tutorizado, que ha trabajado como un enano y ha construido un documento de calidad (de más calidad que alguna tesis doctoral que yo he leído), consiguió sus créditos, no sin un exceso innecesario de rapapolvos...

Y uf... sin poder ni siquiera tomarme un café con él, lo dejo con la palabra en la boca quejándose de lo que ha entendido como algunos ataques injustos y excesivos, porque a las 12:30 tengo que estar en otra facultad, para participar en el tribunal que un alumno ha solicitado para revisar la evaluación que le ha hecho un compañero de mi área. Una evaluación injusta, ciertamente... porque lo había evaluado muy por encima. Un examen impresentable, no entiendo cómo alguien así se atreve a reclamar, pero lo entiendo (y aprendo, claro) en el tribunal, cuando los expertos en las redes sociales y familiares locales intentan dilucidar si el chico es sobrino del alto cargo que ha estado presionando psicológicamente al profesor y su entorno, o de su mujer (porque ¿aún es más temible?). Qué país...

¡Vaya día! ¡Cuánto conocimiento acumulado!

Afortunadamente, por la tarde me pude oxigenar un poco de tanta contaminación social y moral, y buscando casa encontré un rincón muy placentero

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