Empecé viaje ayer con algo menos que pocas ganas... Pensar que 36 horas antes del viaje había estado a 120 kms de coche de la ciudad de destino, La (he decidido que para nada, que la A me suena fatal) Coruña me echaba aún más para atrás. Tres días revoloteando. Lejos. Lejos...
Pero luego todo fue genial. Empezando por el vuelo sobre las Vegas del Guadiana; a esa hora (9 de la mañana) en estas fechas (noviembre, con los campos de arroz de Miajadas encharcados); con ese tiempo (en pleno anticiclón)... Habría que pasear a todos los niños extremeños por el aire en días como éste para hacer patria, porque Extremadura, Vegas Altas y la Siberia más bien, era un charco esplendoroso. En cuanto llegué a la T4 escribí a los del documental sobre el Plan Badajoz para que como sea hagan esa toma (no; no llevaba para hacer fotografías). Pero en general volar sobre España en época anticiclónica es una auténtica gozada. Lo fue cruzar la sierra de Madrid, ya nevada. Y lo fue especialmente en el acercamiento y aterrizaje en La Coruña.
A mediodía ese viaje que me daba tanta pereza estaba hecho, y en uno de esos días en los que Galicia, y el galleguerío, conquistan a cualquiera. Pulpo con Mané y los suyos (tengo que imponerme y pedir una ración con pimentón dulce), y casi sin solución de continuidad grupo de discusión con emigrantes extremeños que tal vez por el cansancio del viaje se hace a ratos agotador.
Luego paseo comiendo pipas, y bacalao al pil pil en la cena con el lobby sociológico extremeño-gallego (no les gusta que les ponga de manifiesto que ya sólo los pobres y las mujeres fuman compulsivamente: lo entiendo, porque es meter el dedo en el ojo de la Sociología, pero es lo que hay), y Victoria que se luce con unos vinos estupendos, y Marta que seguramente agradece no ser sometida por una vez a un interrogatorio sobre las putas, que ha estudiado a fondo. Pablo, el sociólogo pluriempleado, nos lleva luego precisamente al Puticlú (al que definen como "pub crápula, hortera y depravado"), en donde pincha discos, y en donde destacan su water de los mil espejos (Manolo se confunde y se mete en un cuarto no-está-claro-si-oscuro-o-simplemente-vacío, pero vuelve indemne; sería el cuarto de la limpieza, pero el ambiente es el ambiente) y sus proclamas, como "Chupar relaja", dicen que robada a Chupa chups. En fin...
Tanto viaje, tanto picante, tanto vino, tanto humo alrededor, me autopronosticaba un amanecer terrible, pero me despierto estupendamente, como nuevo, también es verdad que hacía ni se sabe el tiempo que no dormía ocho horas (a Martin, cuyo cuarto le he robado durante dos días por imposición paterna, le toca dormir en el estudio). Desayuno con Manolo con vistas al Atlántico y el verde, porque desde casa de Mané tienen unas vistas espectaculares (compite luego con Pepe a ver quién las tiene mejores, pero las de ambos son envidiables).
Y luego un paseo matutino con el personal por la ciudad. La plaza del botellón (famosa porque en ella vivió Pepe), el tontódromo, el puerto, la plaza del ayuntamiento... La ciudad brilla. Aunque especialmente brilla Lola, espejo claro, que por la mañana parece haber olvidado que la tarde anterior la había llegado a conquistar y ya me prestaba sus muñecos preferidos. Así que a conquistarla de nuevo, para conseguir que me despida con un beso a distancia. En fin..., mujeres, qué previsibles.
Y bueno... señoras que se protegen del sol con abanicos, cual damiselas decadentes (seguramente lo sean); una vieja (lo escribo así a conciencia) en silla de ruedas, a la que la mujer que la empuja la tranquiliza diciéndole que su confesor se pasará a mediodía, y ante la que un servil tipo de mediana edad se inclina como si fuese una condesa (seguramente lo sea); John Lennon hecho bronce; edificios hipermodernos que proclaman la riqueza de los bancos; la casa del ex alcalde meapilas-y-dicen-que-socialista Francisco Vázquez, por cuya puerta asoma un siervo (con librea moderna, pero con librea). De todo un poco. Me gusta especialmente la plaza del botellón, tan decimonónica, tan urbana...
Y finalmente la Ruralía, el campo del área metropolitana. Es salir de La Coruña y entrar en un reino de bosques y praderas ondulantes, frescas... En un cruce perdido hay una casita en la que Mané invita a un cocido gallego tan abundante que no podemos terminar (y proclamo que esta vez me han gustado los grelos, quizás al ser comidos en su ambiente, aunque por supuesto no les llegan a la altura del zapato a las borrajas), pero sí acabamos con todas, y aún más que traigan, las filhoas, unas deliciosas crêpes hechas con el caldo del cocido. Cosas (riquísimas) de gallegos.
De vuelta subida al punto más alto de la ciudad (comme il faut), ya de noche, para echarle un último vistazo. Y foto en la puerta al infinito que han abierto (dicen) para enmarcar puestas de sol, pero que yo creo que está ahí para saltar al otro lado, porque siempre hay otro lado al que saltar. Y a terminar de preparar la conferencia de mañana en Santiago.
O así, viajar, sí que da gusto... Uno casi puede olvidarse de todo, de todos. Casi...
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