Gracias a mis descendientes (thanks, Javier), descubro que mucho más tarde de que lo hiciesen mis antepasados, otros vascos franceses se largaron en busca de una mejor vida (osea, de mujeres más dulces)... a América. La notable superproducción de Hollywood "El desfiladero de la muerte" constituye un documento histórico insustituible para comprender la dureza de aquella aventura, pero sobre todo es, a la vez, un documento etnográfico de altura.
Obsérvese, particularmente:
a) Cómo con el irrintzi, grito de los pastores vascos borrachos ("grito de guerra" lo llamaron más tarde, para que parezca más noble, cuando además de ir borrachos, los pastores que lo usaban rompían cristales y quemaban autobuses, a veces con conductor incluido) sabían decir "indios", "caravana" e incluso "río Misouri"
b) La capacidad (étnica, o quizás incluso racial) para el salto circense entre las rocas, lo que décadas más tarde inspiraría al mono borracho (recuérdese que el monje Kwai Chang Caine, pasó parte de su vida en California, entre viñedos vascos cuyos dueños decían "pugét, pugét...", que en vasco significa "pourrait, pourrait..."), y unos trescientos años después (hacia el 2199) a Neo, el elegido, que como se sabe había estudiado en jesuitas, de quienes aprendió a vestirse y las costumbres vascas
c) Su estilizado flamenco (¿o es que en realidad todos los hombres de la tribu se habían fugado con unas gitanas que acababan de llegar a Saint Etienne con tejidos catalanes de estraperlo, y lo habían aprendido durante el largo viaje en barco?)
d) Por supuesto, lo tontos que son los indios de América (no los de los Pirineos, claro)
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