2007/01/16

Alturas del pensamiento

De imberbe, interno en los jesuítas de Tudela (Navarra), quería absorberlo todo, saberlo todo. Como en el pueblo no tenía libros, incluso arrancaba páginas de libracos enormes que nadie leía nunca, en la biblioteca del colegio, para llevármelas y leerlas en vacaciones (espero que no me denuncien ahora por eso, además ya no hay pruebas). Por eso cuando salíamos 'de paseo' (sólo quienes hayan estado internos conocen la plenitud de significado del término), al pasar por el Paseo de Herrerías me impactaba tanto la estatua de un señor, autor de colecciones de chascarrillos y dichos de pueblo, levantada "por suscripción popular", y cuya placa recogía una proclama suya: “Mi cabeza no está hecha para las abstracciones, las honduras y las filosofías”.
Me fuí de allí a los 13 años, de vuelta a mi Ribera aragonesa (en dónde ya podíamos ir a un Instituto, en mi caso a "sólo" 13 kms de autobús, o tartana, diario), todavía alucinado de que una ciudad pudiese levantar un monumento a alguien que había dicho eso. Y lo que son las conexiones neuronales. No sé por qué me ha venido ahora el epigrama de José María Iribarren a la cabeza (bueno, sí: supongo que ha sido por el impacto de la lectura de un texto de Wittgenstein que me ha enviado mi hija), pero el caso es que hurgo en mi mente externa (Internet), y héte aquí que andan los navarros de Tudela, ahora mismo, justamente celebrando su centenario, orgullosos del secretario del General Mola (aquel carnicero que en 1936 proclamaba su deseo no de vencer y terminar la guerra, sino de "aniquilar a mis enemigos"). Dicen que es el autor navarro más leído en el siglo XX, dicen. ¡Joé!. ¡Cómo está el patio!

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