A propósito de la plasta que nos están dando con Jonathan Haidt
Por si alguien no había caído (porque es que vivimos en un mundo naïf en el que a diario se inventa la rueda) exactamente lo mismo, pero exactamente, se decía hace medio siglo de la televisión.
En los años 70/80 Bandura (otro psicólogo, casualmente) "demostró" mediante "experimentos" que la exposición a la violencia televisiva incrementaba la agresividad en niños influyendo en su comportamiento social. Comités públicos en los EEUU sintetizaron "evidencias" sobre cómo la TV afectaba el desarrollo psicológico de niños y jóvenes, vinculando su consumo excesivo a problemas emocionales y conductuales.
Otros psicólogos "confirmaron" esos efectos, señalando que la TV pasiva (y aquella sí que era pasiva, no había ni que mover el dedo, ni que levantar el culo a buscar el cargador) limitaba nada menos que el desarrollo visomotor, lingüístico y emocional en etapas tempranas.
Haidt básicamente reproduce y actualiza la prédica del libro de Marie Winn "The Plug-In Drug" (1977), que comparó la TV con una droga adictiva que destruía la infancia al reemplazar experiencias reales por pasividad mental.
Y de verdad nos lo creímos. Y aquí en España, como vamos siempre con algo de desfase, aún andaban cuando ya estábamos en Internet, a finales de siglo, dando la t_Urra con el asunto.
El caso es que mientras hablábamos pestes de la TV como una droga, y se miraba incluso con simpatía en las artes populares (cine, música, literatura) a las drogas de verdad que convirtieron barrios enteros e incluso ciudades enteras en estercoleros humanos, drogas analógicas, físicas, que fueron el germen de los cárteles que han practicado la violencia más salvaje (exceptuando la violencia sistemática de nazis y comunistas) y se han enseñoreado de ciudades e incluso países.
Y ahora, mientras machacan a educadores y padres con este tipo de discursos contra las pantallas, contra lo digital en general, el fentonilo y de nuevo la heroína materiales se enseñorean de espacios sociales cada vez más extensos, cada vez de más jóvenes que pasan de las pantallas para sumergirse en esas materialidades. Y no por causa de las pantallas, sino de las precariedades materiales y de los discursos apocalípticos con que les trepanan la mente.
Por cierto, dicho así de paso, a este señor parece que lo haya adoptado el Opus por aquí. No sé por qué será.
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