En cualquier caso el debate sobre el manageriado va para largo, y aún se ha de complejizar más. Podríamos decir que lleva un siglo pervirtiendo el capitalismo, ahora con nuevas expresiones: los managers como clase social hegemónica (capaz de engañar a capitalistas, agencias y consumidores, para obtener éxitos->beneficios personales) contra la clase capitalista, hoy popular. Pero en realidad ocurre que ya no es el capitalismo. Es otra cosa. Aquí, el apartado que dediqué el tema en mi Introducción a la "Sociología de la Empresa", escrito en 1995 como material para mis alumnos.
"TEORÍAS
MANAGERIALISTAS Y NO MANAGERIALISTAS
Ello
nos introduce de lleno en una cuestión que se ha apuntado ya en
otros temas, y que es de extraordinaria importancia por cuanto
determina mucho de lo que ocurre, en cuanto a relaciones sociales se
refiere, en esa particular organización que es la empresa. Se trata
del debate entre teorías managerialistas y no managerialistas, que
durante varias décadas ha ocupado a importantes científicos
sociales y sociólogos de la empresa.
Las
profundas transformaciones en la empresa que se siguen de la
generalización, a partir de principios del siglo XX, de las
sociedades anónimas, han sido interpretadas por algunos autores como
"la
separación de la propiedad y el control de la empresa: la propiedad
de la empresa pertenece a los accionistas, en tanto que el control,
esto, la facultad de decidir, correspondería de hecho y en exclusiva
a los directores profesionales que no son propietarios, a los
'managers' (...) El propietario de la empresa es anónimo por ser
múltiple, incluso masivo (...). Estos numerosos, dispersos y
anónimos accionistas habrían sido anulados o suplantados por los
expertos contratados para desempeñar profesionalmente la dirección
de la empresa, esto es por los managers, que tendrían en sus manos
todo el poder de decisión (el control), pese a no ser los
propietarios de la empresa"
(Beltrán, 1989:252).
La
consecuencia que se deriva de estas teorías, tal y como son
presentadas por sus autores, es que el capitalismo como tal habría
dejado de existir. Berle y Means plantearon por primera vez este
dilema en 1932, en su libro La
corporación moderna y la propiedad privada.
Según estos autores los accionistas se habrían convertido en meros
suministradores de medios de capital, con los que la nueva oligarquía
de managers
ejercería su poder. Preveían que el control de las grandes
corporaciones se convertiría en "una
tecnocracia puramente neutral, que evalúe las demandas procedentes
de los distintos grupos sociales y asigne a cada uno una porción de
la renta obtenida, utilizando para ello criterios de política
pública más que de interés privado"
(citado en Beltrán, 1989:255).
Por
su parte James Burnham iría en 1941 más allá, en su obra La
revolución de los managers,
al afirmar que "el
concepto de separación de la propiedad y el control carece de
sentido histórica y sociológicamente. propiedad significa control;
si no existe control, entonces tampoco existe propiedad (...) Si la
propiedad y el control están realmente separados, entonces la
propiedad ha cambiado de manos en favor de quienes tienen el control.
La propiedad aislada carece de control, es una ficción sin sentido
(...) Aquellos que controlan son los verdaderos propietarios"
(citado en Beltrán, 1989:257).
Ralf
Dahrendorf ha llevado estas propuestas a su corolario, al afirmar que
suponen la superación del capitalismo, ya que unos managers
que son 'funcionarios sin capital', y unos accionistas propietarios
que son 'capitalistas sin función' no constituyen mimbres
suficientes para definir una clase capitalista con intereses comunes
y opuesta a la clase trabajadora. Para Dahrendorf, que es
precisamente uno de los padres de la teoría del conflicto, ello no
quiere decir que no existan clases sociales o conflictos interclases;
pero para él las clases y su conflicto son determinadas no por
relaciones de propiedad, sino por relaciones de autoridad. Propone
que el capital -y en consecuencia el capitalismo- se han disuelto,
dando paso en la esfera económica a una pluralidad de grupos que en
parte o a veces se ponen de acuerdo, en parte compiten entre sí, y
en parte son, sencillamente, diferentes (Dahrendorf, 1962).
Otro
de los autores claves en esta línea es Galbraith. Para éste, la
tecnoestructura,
un complejo organizativo-tecnológico que a través de la
racionalización se ha hecho con la moderna sociedad anónima, ha
sustituído por completo al empresario capitalista. "En
la sociedad empresarial el poder se encuentra en manos de quienes
elaboran las decisiones. En la empresa madura ese poder ha pasado
inevitable e irrevocablemente del individuo al grupo. Ello se debe a
que sólo el grupo tiene la información requerida para la decisión.
Aunque la constitución de la gran sociedad anónima pone el poder en
manos de los propietarios, los imperativos de la tecnología y de la
planificación lo desplazan a la tecnoestructura"
(Galbraith, 1984:104). Según Galbraith, se habría construído lo
que el denominaba un sistema
planificador
en que se producía una convergencia entre el capitalismo y el
socialismo.
Todas
estas teorías estaban ya anticipadas en la obra más conocida Teoría
de la clase ociosa,
por Thorstein Veblen, publicada en 1906. Sus tempranas y agudas
observaciones sobre el hecho de que, en la medida en que las
operaciones económicas adquieren la naturaleza de hechos corrientes,
se podría "pasar
de los capitanes de industria",
tuvieron un fuerte impacto, además de una gran influencia posterior.
La
base de las teorías managerialistas está muy bien expuesta en esta
frase de Veblen: "la
gestión de las instituciones modernas, concebidas en beneficio de
sus poseedores, tiende a sustituir al capitán de industria de una
sociedad por acciones 'sin alma': al hacerlo así, se ha iniciado el
camino de convertir en inútil la gran función de la clase ociosa:
la propiedad"
(Veblen, 1970:138).
Frente
a estas posiciones, que podemos agrupar bajo la denominación de
managerialistas, por el acento que ponen en el poder adquirido por
los managers en las modernas sociedades, otros sociólogos y
economistas se sitúan en posiciones antimanangerialistas.
Uno
de los alegatos fundamentales se centra en que "las
teorías managerialistas implican una manipulación ideológica que
enmascara el capitalismo para eludir su crítica marxista
tradicional"
(Beltrán, 1989:267). Para los economistas Baran y Sweezy, la
separación social entre managers
y propietarios es en buena parte ficticia. "Por
el contrario -afirman-
entre
los directores se encuentran los más grandes propietarios; y debido
a las posiciones estratégicas que ocupan, funcionan como protectores
y portavoces de toda la propiedad a gran escala. Lejos de ser una
clase separada, en realidad constituyen el eslabón dirigente de la
clase propietaria"
(Baran, Sweezy, 1976:34).
El
sociólogo Wrigth Mills apuntaba en 1951 que "ni
mucho menos se ha producido una revolución, ni de dirección ni de
ninguna clase, que afecte a la legitimidad de la institución de la
propiedad privada. Entre los que tienen propiedades ha nacido una
burocracia enorme y compleja de los negocios y de la industria. Pero
el derecho sobre esta cadena de mandos, el acceso legítimo a la
posición de autoridad de la que depende esta burocracia, es el
derecho de propiedad. El accionista no es capaz de ejercer, ni quiere
ejercer, el control del funcionamiento de su propia propiedad. Eso es
cierto. Y el poder de los directores no depende de su propia
propiedad personal. También es cierto. Pero es imposible llegar a
la conclusión de que no hay relación funcional entre la propiedad y
el control de las grandes sociedades (...) La propiedad, como empresa
en marcha, significa que el propietario, si es necesario, puede usar
una violenta coerción contra los que, sin poseerla, quieren usarla
(...)
En
suma, estos
cambios en la distribución del poder, ocurridos entre los
propietarios y sus directores, no han destruído ciertamente a la
clase propietaria, ni han reducido su poder .(...) La distribución
actual del poder y su ejercicio de hecho, se delegan a través de
jerarquías; la función empresarial ha sido burocratizada"
(Wright Mills, 1973:139-140).
Otros
sociólogos apoyan estas opiniones, como Norman Birnbaum, quien al
analizar las nuevas clases sociales del capitalismo avanzado señala
"cómo
se crea una especie de simbiosis entre managers y rentistas: las
remuneraciones incluyen un acceso privilegiado a la propiedad
mediante el juego de primas y de planes de compra de acciones, etc.
Lo que comporta una concentración de poder económico sólo en manos
de ciertos grupos específicos de managers (...) En otras palabras,
ciertos managers dirigen más que otros, y en estos casos es casi
imposible distinguir su comportamiento del de los empresarios"
(Birnbaum, 1971:30).
Por
su parte, desde perspectivas bien diferentes, como las de Hayek,
Milton Friedman y en general todos los economistas neoclásicos, se
recuerda que los managers
siguen teniendo la única y exclusiva función de obtener beneficios
para el capital que se les ha confiado, no teniendo sentido en modo
alguno, para estos autores, su confusión con la de los propietarios
del capital.
Sin
embargo, aunque veamos una coincidencia en su posición
antimanagerialista entre los economistas neoclásicos (defensores a
ultranza del capitalismo) y los sociólogos y economistas más
críticos con este sistema, la diferencia entre ambas
interpretaciones es sustancial. Mientras que para los críticos lo
que se produce es una plena identificación entre propiedad y
control, esto es entre capitalistas y managers, para los neoclásicos
simplemente se mantiene una clara y nítida separación entre ambas
categorías y funciones. Los managers más poderosos pueden llegar a
convertirse también en propietarios, o pueden serlo ya de partida
por su origen social, pues en buena parte los principales directivos
proceden de las filas de los propietarios; pero en cualquier caso no
dejan de ser considerados como unos empleados. El control en último
término siempre está en manos de los propietarios, si no de la
totalidad de los accionistas, sí de los que poseen o administran los
grandes paquetes, o al menos los paquetes decisivos.
Hoy,
después de haberse producido profundas reestructuraciones en la
mayoría de las más grandes corporaciones capitalistas, que han
dejado fuera de la circulación a muchos managers, está claro entre
los expertos que "siempre
que tiene lugar un cambio accionarial en la empresa hay que estar
alerta por si implica cambios en las misiones de la misma. Pues los
cambios en la misión producen forzosamente una variación en llos
objetivos, en la estructura organizativa, en la manera de hacer y, en
la mayoría de los casos, en los principales directivos"1.
Lee
Iacocca, seguramente uno de los más conocidos manager
del siglo XX, señalaba en sus memorias, al relatar el proceso de
ruptura con la Ford, que "en
algunos aspectos, poco importa ser el director de la empresa o el
conserje. Que te echen a la calle sigue siendo un golpe difícil de
encajar, y en seguida te preguntas dónde erraste o qué hiciste mal"
(Iaccoca, 1994:180). Su percepción de las causas de su despido de la
Ford, "por
constituir una amenaza para el patrón",
al tener Henry Ford la creencia de que ponerse a su nivel "venía
a ser como la rebelión del campesino contra su señor feudal".
Seguramente otros genios de la gestión, como López Airrortua
(concido como 'Superlópez') podrían hablar mucho sobre la
problemática que se deriva de la confusión de roles en que pueden
caer aquellos que, sin ser determinantes en la propiedad de la
empresa, pueden aparecer en un momento dado como 'imprescindibles'
para el éxito económico.
Por
tanto, el debate entre managerialistas y no managerialistas no está
cerrado todavía. La diversidad de estructuras sociales en que se
desenvuelven las empresas, la diversidad del origen social de sus
capitales, las diferentes necesidades de gestión en cada uno de los
sectores, nos lleva a concluir que el managerialismo no es tanto una
tendencia, sino más bien la característica dominante en el sistema
de gobierno de ciertos tipos de empresas, en algunos sectores
económicos, y preferentemente en ciertos países. No pudiendo
considerarse por tanto como un modelo universal.
Las referencias citadas, lógicamente, pueden encontrarse en el libro completo, fácil de localizar en Internet pues ha circulado bastante en formato digital.
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