El domingo eché la mañana en acercarme a Olivenza, a decirles un par (realmente, un par, no hubo tiempo para más) de ideas (propias) a los jóvenes socialistas de ambos lados de la Raya, reunidos para ir construyendo iberismo de izquierdas, que falta nos hace. Pero no quise quedarme al ágape (si puedo, los evito); saludé al jeferío y me largué unos kilómetros más allá, a comer una tortilla de patata y vainas de habas (riquísima, de verdad) con una botella de sidra fresquita en Puente Ajuda, esa joya paisajística, histórica y monumental, que fascina a quien la descubre; que es al par símbolo de las luchas y de las superaciones de fronteras; y que afortunadamente la Junta de Extremadura acaba de salvar definitivamente. La cota del embalse de Alqueva cubre ahora el impresionante fondo del río, de rocas erosionadas, que antes podíamos disfrutar; pero a cambio ha subido la capa freática de la zona y empieza a aparecer vegetación de ribera más rica y fresca, como fresnos (si aún no está planificado el puente, es un buen plan visitar Olivenza y este otro puente).
Y consigo averiguar también en la red que la administración ha hecho ahora un nuevo encargo (espero que a otra empresa) para intentar deshacer esa barbaridad e intentar conseguir que, de nuevo, el Puente de Ajuda sea lo que era, una hermosa ruina cuya memoria debe pervivir así, roto, busquen la historia por ahí, que es interesante.
Sí, sé que a veces la basura humana y la naturaleza terminan encontrándose, fusionándose y generando algo más que bello, sublime en el sentido kantiano.
Pero dudo que esa afrenta que Fernando Nasarre (con nombres y apellidos, y manda narices que encima presuma de experto en rehabilitación) nos hizo, llegue a fusionarse en algo bueno.
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