Osea que -con esa irredenta pulsión protectora de los débiles, de los perdedores, que en serio, llevo toda mi vida intentando corregir- casi llegué a solidarizarme con ese Rajoy al que se le iban los ojos locamente, cual si tuviesen vida propia; que perdía la capacidad de coordinar los movimientos de sus labios y lengua... y cuyos lacrimales parecían, a ratos, incontenibles. Veía en él esa sensación de estar tan cerca... tan cerca del sueño, y verlo de repente desvanecido ante tus ojos. Ante sus ojos. Y con la pobre niña, desolada, mirando desde un rincón.
Pero desperté: sólo me mimetizo con los nobles, los justos, los humillados por los poderosos... Y no es el caso: sólo es un aprovechado más que no alcanza su objetivo...
¡Chapeau, Zapatero!
Que tierno...
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