2007/07/04

Neorurales... urbanos

Es gracioso: hay quien descubre a los neorrurales cuando ya no existen (porque todos son urbanos). Su momento fue la segunda mitad de los '70 y primera de los '80, porque entonces tenían un sentido, en plena crisis urbano-industrial, y aún quedaban atisbos de ruralidad. De hecho en los primeros '80 se investigó largo y tendido, y a finales de aquella década se investigó de nuevo (como demasiado a menudo ocurre en Cataluña, cual si nunca antes se hubiese analizado el asunto en el resto de España).
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Pero hoy no cabe utilizar ese concepto, porque ha quedado vacío de contenido. Hay quien, a estas alturas, confunde la conmuterización telemática en la urbe global (que es lo que ocurre en algunos valles extremeños), el alejamiento del gradiente de la agricultura periurbana practicada ahora por neohippies (que es lo que ocurre en la Gran Área Metropolitana de Madrid) la importación de fuerza de trabajo y genes (que es lo que ocurre en el Teruel profundo), o incluso la californication (que es lo que ocurre en la Cataluña profunda) con neoruralidad. Qué poco imaginativos...
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Y es que a muchos de los actuales supuestos especialistas en rural, les falta base teórica, incluso cultural. Es uno de los efectos de la superespecialización, que se ha consumado también en las Ciencias Sociales, y que ya advertía hace medio siglo Wrigth Mills: como les faltan referencias, se pierden en los intersticios, no entienden los cruces, y al final no saben nada de nada, ni de su propio campo de especialización, repitiendo una y otra vez el mismo rollo aprendido de otros, a costa de las publicaciones oficiales.
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Eso sí, con esto de la etiqueta de neorrurales, los okupas del espacio legitiman su dominación política frente a los autóctonos, gracias a las pajas mentales de los investigadores que viven de las hierbas que otros dejan abandonadas en el camino, como el sabio de la fábula de Samaniego...
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A ver si suben a la red el Ajoblanco, porque tengo ganas de echarle un vistazo al trabajito sobre comunas rurales que publiqué en 1977 (en el número 26), cuando aún creía ser periodista. Si no es por esta vía, no creo que tenga ocasión de volverlo a ver.

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