La única utilidad del asunto es la de poder llegar, quizás, a entender la soledad de quienes deben sufrir auténticas enfermedades; por intenso que sea el apoyo de quien te acompañe, no hay forma de expresar la magnitud, la naturaleza de por ejemplo ese dolor de cabeza (¿cómo evitar que no se rían cuando dices que en ese momento es como si llevases la máscara de hierro, y la fuesen apretando, y apretando, pero además de vez en cuando por las rendijas te metiesen un pincho?), de esa sensación de mordisco de perro salvaje ("¡pero mira que eres exagerado, eh¡")que sientes en el pecho en plena crisis de tos, salvo que te rindas desde el principio a la codeína.

Por otra parte, la gripe ha tenido algo de bueno circunstancialmente. De no estar enfermo, me habría marchado, y no había visto, seguramente, el regreso de las libélulas (uno de los más agradables recuerdos de mis andanzas por las acequias de mi infancia) a mi jardin, después de que fuesen desapareciendo a medida que los vecinos atiborraban los suyos de fitosanitarios. Hacía siete u ocho años que no las veía.
Pero tarde o temprano retorna el equilibrio a Gaia. Un amante de la jardinería química que se muere; un activista del jardin metrosexual que empieza a cansarse del bricolaje; un tercer fumigador que se divorcia... En fin, pura homeóstasis, y las libélulas están de enhorabuena. Tienen una esperanza, algo en que creer, aunque por ahora confunden las toallas verdes con la hierba. ¿O será que se han urbanizado?.

En fin, que un buen día, siete días después y un par de kilos menos (ojalá no fueran sólo de agua, pero me temo que sí) de haber tirado la toalla (bueno, ya llevo un par de días trabajando a bajo ritmo, pero ya había dado largas a varios encargos hasta septiembre), uno sale de nuevo al jardín, en este verano extraño y cambiclimático (la verdad, si el cambio es en esta dirección, nos va a ir estupendamente por aquí abajo), y saluda al mirlo que cada año se come mis peras.


Lo cual me preocupa porque los mirlos ya se sabe que no son excesivamente ágiles, pues son muy dados al mundo intelectual. Puedes tener con ellos interminables conversaciones, silbando su lenguaje (yo siempre he dicho que se quedaron en mi jardin porque la conversación les resultaba interesante), pero corretean como gallinas cluecas, y luego se elevan con cierta torpeza. Y mis gatinos son muy ágiles trepando árboles.
En fin. Que Natura decida... (aunque yo procuraré echarle el ojo a los gatos cuando anden por el jardín)
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