Como siempre, aquí pongo la versión inicial, junto a la definitiva. Esta vez con más salsa, pues por las cosas de la telemática transfronteriza, no llegó a tiempo el ajuste a los 3.000, y Eva Peruga, de guardia en la tarde del sábado en la redacción, tuvo que meter la tijera, como se puede comprobar con mejor tino que yo mismo (y es que no hay como recortarse a sí mismo, que sudores). Así como ejercicio literario aquí van los tres: la versión original; la que reducción que yo hice pero no llegó a tiempo; y el artículo como salió publicado, en la imagen (pulsar para verla en su tamaño).
La versión 1.0
"En “The Crowd” (1928) King Vidor mostró a las multitudes caminando seguras, mientras no pierdan el paso, hacia el sueño americano; y con un fuerte sesgo sociológico describió el cruel destino del átomo de esa muchedumbre que pierde el ritmo y queda al albur, cual hoja al viento. En “El pan nuestro de cada día” (1934), la sociedad toda ha perdido el paso. Retoma a los mismos protagonistas, arrastrados por la depresión del ‘29, y como otros hoy (o sin ir más lejos en tiempos del “Decamerón”, en plena crisis de la Baja Edad Media) ven como salida la vuelta al campo, a la granja olvidada. “Al menos comeremos” -se dicen John y Mary. Pero no es fácil: no saben cultivar la tierra. Con un jornalero en paro construirán la alternativa: una cooperativa a la que se irán enganchando todo tipo de personajes, subproductos del crack. Véanla: es un linimento contra la desesperanza.Con variedad cromática, los hechos sociales conforman patrones. En las crisis re-surgen alternativas al mercado formal. A veces no atentan contra la institución, sino que la refuerzan: el intercambio de excedentes medidos por el valor-trabajo es la esencia del mercado prístino. Y como llegan, se van. Lo vemos en todos los ciclos económicos: los falansterios de Fourier, durante la primera crisis del XIX, no sobrevivieron al ciclo alcista del ferrocarril; las comunidades de Warren (creador del concepto de Bancos de Tiempo), durante la siguiente crisis, no sobrevivieron al ciclo alcista electro-químico, a finales del siglo.
Así, en medio del anterior cataclismo (1975-1982) campos y ciudades se llenaron de iniciativas inspiradas en el ideal, pero asentadas en el instinto materialista del náufrago: comunas, huertos periurbanos, mercados de interface entre campesinos y urbanitas, mercadillos urbanos, bancos de tiempo…. Pero volvió el crecimiento, y quienes creían estar siguiendo en “Bicicleta” a un “Viejo topo” que horadaba el sistema, comiendo “Alfalfa” al “Ajoblanco”, se fueron a “La luna de Madrid”: los cantautores se hicieron de la movida y de la SGAE, y los promotores de huertos y cooperativas acabaron de yuppies de grandes grupos alimentarios, asesores ministeriales o ingenieros de Siemens, pasando sin sonrojo de la infusión de menta en leche de cabra a la coca. Ocurrirá de nuevo. Pero como entonces algo quedará: sin los sueños de la crisis anterior, hoy no tendríamos energías renovables, software libre y redes P2P.Son raras estas iniciativas así en plena burbuja, pero surgen, pues nuestra especie tiene una maravillosa mutación que a veces se activa: el gen altruista. El único falansterio que sobrevivió no se creó en una crisis, sino que lo promovió un generoso empresario, Jean Baptiste André Godin, invirtiendo sus beneficios en un ciclo alcista. Sobrevivió un siglo, aunque no pudo enfrentar la penúltima crisis: en 1981 fue malvendido y hoy es una atracción turística.Es difícil distinguir qué es innovación social, y qué jarabe de mercachifle vendedor de filtros de amor y remedios para todo. ¿Es una alternativa mejor el intercambio calculado que la dádiva altruista?. ¿Es aceptable el intercambio de bienes y servicios, libres de esa cargas impositivas que sirven para ayudar a quienes no pueden enfrentarse a la crisis?. La sociedad que nos protege (aún) ante esas purgas cíclicas se basa en un delicado equilibrio entre mercado y estado, vida y muerte, pasión y razón, egoísmo y altruismo. Ojo con algunas alternativas, muy aparentes, que sólo lo son en apariencia: la dilución del Estado, como la de los azucarillos, empieza con una gota."
La versión recortada infausta:
"En “The Crowd” (1928) King Vidor mostró la multitud camino del sueño americano; pero también describió el cruel destino del átomo de esa muchedumbre que pierde el ritmo y queda al albur. En “El pan nuestro de cada día” (1934), la sociedad toda ha perdido el paso. Sus protagonistas, arrastrados por la depresión del ‘29, ven como salida la vuelta a la granja olvidada, como otros hoy, o en tantos otros ciclos desde Babilonia. “Al menos comeremos” -se dicen John y Mary, pero no saben cultivar la tierra. Con un jornalero en paro construirán la alternativa: una cooperativa a la que se irán enganchando diversos personajes, subproductos del crack. Véanla: es un linimento contra la desesperanza.Los hechos sociales conforman patrones. En las crisis re-surgen alternativas al mercado formal que en ocasiones lo refuerzan (el intercambio de excedentes medidos por el valor-trabajo es el mercado prístino) y como llegan, se van: los falansterios de Fourier, en la primera crisis del XIX, no sobrevivieron al ciclo alcista del ferrocarril; las comunidades de Warren (el de los Bancos de Tiempo), en la siguiente crisis, no sobrevivieron al ciclo alcista electro-químico. Aquí, en medio del anterior cataclismo (1973-1982) en campos y ciudades surgieron iniciativas inspiradas en el ideal, pero asentadas en el instinto materialista del náufrago: comunas, huertos periurbanos, mercados de interface entre campesinos y urbanitas, bancos de tiempo…. Pero volvió el crecimiento, y quienes creían seguir en “Bicicleta” a un “Viejo topo” que horadaba el sistema, comiendo “Alfalfa” al “Ajoblanco”, se fueron a “La luna de Madrid”: los cantautores se hicieron de la movida y la SGAE, y los promotores de huertos y cooperativas mutaron a yuppies de multinacionales o asesores ministeriales, pasando sin sonrojo de la infusión de menta en leche de cabra a la coca. Ocurrirá de nuevo. Pero como entonces algo quedará: sin los sueños de la crisis anterior, hoy no tendríamos energías renovables, software libre y redes P2P.Son raras esas iniciativas así en plena burbuja, pero surgen, pues nuestra especie tiene una maravillosa mutación que a veces se activa: el gen altruista. El único falansterio que sobrevivió no nació de la crisis, sino que lo promovió un generoso empresario, Jean Baptiste André Godin, invirtiendo sus beneficios. Sobrevivió un siglo, aunque no pudo enfrentar la penúltima crisis: en 1981 se malvendió y hoy es una atracción turística.Es difícil distinguir la innovación social del jarabe de mercachifle.¿Es una mejor el intercambio calculado que la dádiva altruista?. ¿Es aceptable intercambiar bienes y servicios sin las cargas impositivas con las que luego ayudamos a los más débiles?. La sociedad que nos protege (aún) ante las purgas cíclicas se basa en un delicado equilibrio entre mercado y estado, vida y muerte, pasión y razón, egoísmo y altruismo. Ojo con algunas alternativas, muy aparentes, que sólo lo son en apariencia: la dilución del Estado no es una alternativa."
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