2009/07/23

El viajero que mira (Le Havre)

... e intenta por una vez pasar de aplicar el bisturí de la sociología comparada (psicología de los pueblos, que dirían los clásicos franceses), de contrastar el creciente estancamiento de Francia, o cómo ciertos tópicos respecto a su carácter y hábitos se hacen palpables una y otra vez. No... Estoy aquí para hojear la prensa local de algunos lugares a la caza de referencias al botellón, empaparme de novedades en bibliotecas y librerías y sobre todo para descansar. Así que casi todo lo que colgaré aquí son, durante unos días, eso: miradas extasiadas... y autocomplacientes en algún caso. O no.


Por ejemplo la placidez de este parque de Le Havre, esa ciudad nueva en tantos sentidos, en donde la gente disfruta del escaso sol (y aún más escaso con esta intensidad y transparencia) mientras escucha jazz (las fotos que apetezca ver vale la pena pincharlas o abrirlas en otra ventana, para que se muestren en grande; algunas vale la pena verlas así).

...y mientras los jóvenes se rompen la crisma ante la no menos plácida mirada de sus mayores, que pasean cerca de la playa (no por la playa, a la que sólo los más valientes se atreven a llegar). En el agua más barcos mercantes que personas.


Me ha interesado en Le Havre la ciudad nueva (construida para sustituir a la destruida por los bomberdeos aliados en 1944) ofrecida al dios Béton, dialéctica entre radiante y gris, mesocrática y racional. Espectacular su catedral, una concha vacía de cemento, hecha para el culto católico, pero en el fondo un faro masónico


Osea... Que oigo hablar mal de Le Havre a los propios franceses, pero a mí me ha resultado sumamente interesante. Y he estado a gusto (tras algunas aventuras iniciales con el alojamiento); lo mismo con ese fondo de depósitos de petróleo que haría las delicias de Gallardo.

...que en la placidez de sus jardines, exultantes pese a estar sitiada por más artefactos refineros de los que uno puede imaginar a primera vista.


De hecho he visto más mariposas que en ninguna otra ciudad visitada hasta hoy. ¿Las tendrán amaestradas?

Osea, que son esas cosas que renuevan por dentro... y se notan por fuera, como dice el poeta que trabaja para Danone.

Por supuesto, también he hecho excursiones por entre las calderas Pedro Botero. Las plantas petroquímicas están muy alejadas unas de otras, así como de la refinería. Extensas praderas arboladas separan las factorías, y ahora en verano (dudo que en invierno, con lo que llueve), quizás porque están llenas de carteles prohibiendo acampar, están llenas de tribus gitanas con unas autocaravanas y mercedes cuya suma vale más que una vivienda unifamiliar media. No se sabe a dónde van, por qué están allí (pero no hacen turismo, de eso estoy seguro).

...y he visto alguna de las más tiernas escenas de relación hombre-perro: a un anciano (pobre, claro, y en un barrio pobre) sacando a pasear a su perro enfermo de parálisis cerebral.

A Le Havre se llega, desde el Sur, atravesando el Puente de Normandía, sobre el/la Sena, que sigue siendo una hermosa muestra de las cosas grandes que (hace décadas) los franceses sabían hacer (5 euros cada vez que se cruza, ¡qué pasada para los conmuters!)

...y se puede salir por el de Tancarville, solemne, clásico, sereno ("sólo" 3 euros por cruzarlo, pero con el desvío termina costando lo mismo que el otro en combustible: es increible que haya una ciudad a la que sólo se puede llegar, salvo que se llegue desde el Norte, pagando peaje).

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