
Apenas un año después de 'celebrar' los veinte años del accidente de Chernobil, la catástrofe ecológica más importante de la historia de la humanidad (pues sus efectos perdurarán, modificando unidades celulares humanas o de otras especies, durante miles de años), nos amanecemos con otra situación que ha amenazado por alcanzar sus mismas proporciones, esta vez en el extremo Oriente. La mayor central nuclear de Japón, y del mundo, se ha convertido en un auténtico colador de fugas radiactivas tras el último terremoto, y el gobierno ha decidido cerrarla definitivamente ante el riesgo de catástrofe. Los defensores de la energía nuclear argumentan siempre la baja probabilidad de accidentes, pero olvidan considerar las proporciones de cada uno de ellos, que puede ser mortal para extensos territorios.

En realidad, toda la megaoperación en torno a Irán y sus centrales nucleares no tiene otra finalidad que la de legitimar subliminalmente la energía nuclear; manipulando los procesos comunicativos se ha empujado a los multiculturales de siempre, a los antiglobalización, a los rojos oficiales, a los antiimperialistas, a los antitodo, a defender nada menos que el derecho de Irán a la energía nuclear, sólo por oponerse a lo que parecía que decía Busch.
Pero ¿alguien puede ser tan estúpido como para pensar que Irán necesita enriquecer su propio uranio, cuando lo puede comprar legal o ilegalmente a cualquier república bananera ex soviética?.

Hay que estar atentos, para que ZP cumpla sus compromisos y no tenga que sufrir un estiramiento de nariz
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