"Los gobiernos casi invariablemente luchan contra las revoluciones; casi nunca las crean. Representando las necesidades del momento y a la opinión general, siguen a los reformadores tímidamente; no los preceden. Sin embargo, a veces, algunos gobiernos han intentado concretar esos cambios súbitos que conocemos como revoluciones. La estabilidad o inestabilidad de la mentalidad nacional decreta el éxito o el fracaso de esos intentos.
Tienen éxito cuando el pueblo sobre el cual el gobierno busca imponer nuevas instituciones está compuesto por tribus semi-bárbaras, sin leyes fijas, sin tradiciones sólidas; es decir, sin una mentalidad nacional establecida. Tal fue la condición de Rusia en los días de Pedro el Grande. Conocemos cómo intentó europeizar a las poblaciones semi-asiáticas por la fuerza.
Japón es otro ejemplo de una revolución realizada por el gobierno, pero fue su maquinaria, no su mentalidad, la que resultó reformada.
Hace falta un autócrata muy poderoso, secundado por un hombre de genio, para tener éxito – aún parcialmente – en una empresa así. La mayoría de las veces el reformador se encuentra con que todo el pueblo se alza en su contra. Así, contrariamente a lo que acontece en una revolución típica, el autócrata es revolucionario y el pueblo es conservador. Sin embargo, un estudio minucioso pronto demostraría que los pueblos siempre son extremadamente conservadores.
El fracaso es la regla en este tipo de intentos. Las revoluciones no cambian el espíritu de los pueblos que llevan largo tiempo de establecidos, tanto si son llevadas a cabo por las clases superiores como por las inferiores. Solamente cambian aquellas cosas que, desgastadas por el tiempo, están listas para caer.
China actualmente está haciendo un experimento muy interesante pero imposible en su búsqueda por renovar súbitamente las instituciones del país por medio del gobierno. La revolución que derrocó a la dinastía de sus antiguos soberanos fue la consecuencia indirecta del descontento provocado por las reformas que el gobierno había tratado de imponer con la intención de mejorar las condiciones de China. La supresión del opio y de los juegos de azar, la reforma del ejército y la creación de escuelas, trajo consigo un aumento de los impuestos que, al igual que las reformas mismas, indispuso en gran medida a la opinión general.
Unos pocos chinos cultos, educados en las escuelas de Europa, aprovecharon este descontento para producir un levantamiento popular y proclamar a la república, una institución acerca de la cual los chinos no podían tener concepto alguno.
Seguramente esto no puede subsistir por mucho tiempo puesto que el impulso que hizo nacer a la república no es un movimiento de progreso sino de reacción. Para el chino intelectualizado por su educación europea, la palabra “república” es simplemente un sinónimo del rechazo del yugo de leyes, reglas y prohibiciones establecidas desde hace mucho tiempo. Cortándose la trenza, cubriendo su cabeza con una gorra y llamándose republicano el joven chino piensa que le ha dado rienda suelta a todos sus instintos. Ésta es, aproximadamente, la misma idea que una gran parte del pueblo francés sostuvo por la época de la gran Revolución.
China pronto descubrirá el destino que siempre le espera a una sociedad privada de la armadura lentamente construida por el pasado. Después de algunos pocos años de sangrienta anarquía le será necesario establecer un poder cuya tiranía inevitablemente será por lejos más severa que aquella que ha derrocado. La ciencia aún no ha descubierto el anillo mágico capaz de salvar a una sociedad sin disciplina. No hay necesidad de imponer esa disciplina cuando se ha vuelto hereditaria; pero cuando se ha permitido que los instintos primitivos destruyan las barreras penosamente erigidas por lentos esfuerzos ancestrales, las mismas no pueden ser reconstruidas excepto por una enérgica tiranía."
(Fragmento de Hong Lei (1960..), Soñé que estaba colgando y escuchaba al emperador Hui Zhong tocando instrumentos de cuerda con Mao)
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