Ay!, qué cosas... desde que se fue a sus trece añitos a formarse con María de Ávila, lejos de casa pero totalmente determinada a ser bailarina de ballet clásico. Emoción de descubrir que se está convirtiendo en una gran profesional y aún mejor artista. Orgullo del esfuerzo que ha debido aplicar a lo largo de estos años, sola, lejos de casa. Y también rabia por el infame trato que las administraciones españolas (todas) dan a la danza, y especialmente al ballet clásico.

El caso es que llevan una Cenicienta exquisita. Buscando la complicidad de los niños, consigue sin embargo dejar maravillados a los adultos. Una auténtica delicia de espectáculo, con todo el sabor clasicista pero sin cursiladas (y no, no le hago publicidad a la obra, que no la necesita: lleno total durante los dos días, como lleno total en Zaragoza durante cuatro días).
Por lo demás, y dicho de paso, el paseo de nuevo por Córdoba, por sus nombres de calles, sus reclamos culturales, algunos de sus visitantes y paseantes, me provoca una cierta sensación de desasosiego, en el sentido de que me lleva a pensar en que, seguramente, va a tener graves consecuencias el jugueteo multicultural que desde Andalucía se ha practicado en las últimas tres décadas con el Islam, a través de lo andalusí. Seguro que el equilibrio es complicado, cuando la memoria es a la vez reclamo turístico. Pero el caso es que ahora se extienden por doquier los fantasmones conversos, más ortodoxos en su disfraz, y seguramente en sus actitudes, que los propios saudíes. Alguien les ha financiado desde fuera, sin duda. Pero alguien ha jugueteado también con ellos desde dentro. Y como teníamos poco con nuestros propios integristas, ahora se nos amontona la faena. Ya veremos en que queda todo esto...
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