Aquí va la versión definitiva del artículo publicado en "El periódico de Extremadura".
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REFINERÍA: UNA APUESTA ARRIESGADA
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1. EL MODELO EXTREMEÑO HA FUNCIONADO, PERO SE AGOTA
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En otro tiempo llegamos a creer que en Extremadura era posible alcanzar un buen nivel de vida, si no de 'ricos' sí de 'nopobres', sin pagar el peaje de la industrialización. Yo lo llamé, en un más usado que citado artículo, el paso "De los santos inocentes a la Extremadura postindustrial" (1987).
Tiempos lejanos, con fracturas en el gobierno regional por el desarrollo industrial o la protección ambiental, en los que Extremadura optó por una vía de desarrollo (haciendo de la necesidad virtud, pero fue una opción asumida) basada en unos pocos elementos: un patrimonio ambiental inigualable; un territorio despejado y cómodo; un millón de nuevos consumidores con unas pocas pesetas recién llegadas al bolsillo; y una buena posición en el triángulo Madrid-Lisboa-Sevilla.
Era una ventaja el hecho de ser pocos, pero sobre todo contábamos con tres flujos básicos: los fondos por la reconversión de los jornaleros (incomparables con los de las reconversiones industrial y minera, pero una ayudita); las pensiones de los jubilados, locales y retornados (incomparables con las de vascos, madrileños y catalanes, pero para miles de familias fueron el primer ingreso mensual fijo); y sobre todo los que empezaban a atisbarse ingentes e inagotables fondos europeos.
Y la cosa ha funcionado. Basta tener más de cuarenta años, y no ser lerdo o ideológicamente obtuso, para ver a simple vista que entre casi todos hemos conseguido sacar adelante una tierra por la que casi nadie daba un duro. A donde casi nadie venía por voluntad propia, salvo para sacarse esa plaza universitaria inalcanzable en Madrid o Barcelona; para ascender en el IRYDA o las compañías eléctricas (ascenso que a veces incluía matrimonio con cortijera); o para comprar jamones que luego eran salmantinos; pimientos que se vendían como murcianos; espárragos que luego eran navarros; bordados que luego eran de Lagartera; o vino barato al por mayor que por arte de bilibirloque se convertía en Rioja… Ahora el personal pugna por quedarse a trabajar aquí, incluso cuando llega de rebote; tenemos en algunos ámbitos una proyección no ya nacional, sino mundial; y la gente viene a comprar productos extremeños. O simplemente a conocernos, porque han leído que vale la pena. Y uno puede ir por ahí diciendo que vive en Extremadura sin tener que dar explicaciones por ello. Estamos, vivimos, lo hemos contado, y contamos...
Pero, con muy buen criterio por su parte, los jornaleros prácticamente se han extinguido. Sólo quedan enganchados al magro subsidio algunas de sus señoras y las de algunos pequeños y medianos agricultores, algunos inmigrantes asentados, y unos pocos jóvenes rústicos irreconciliables con la ESO. No diré que no alivie los inviernos de quince o veinte mil hogares, pero ya no supone un flujo importante para la región. En cuanto a las pensiones, han perdido importancia a medida que se han normalizado los ingresos de los activos, aunque siguen siendo un buen colchón para las familias atenazadas por el paro o el empleo precario. Y los que parecían inacabables fondos europeos, esa ubre que ha alimentado tantos pisos, volvos, mercedes y 4x4, y tan pocas inversiones productivas, se empiezan a esfumar.
Es decir, la ayudita se acaba, y entretanto no han ocurrido algunas cosas que esperábamos. La maduración de los regadíos de las Vegas del Guadiana, el Zújar, el Tiétar y el Alagón ha coincidido con una etapa de la economía española marcada por una fuerte cultura especulativa. Mientras la Sociedad de Fomento tiene que andar por el mundo mundial persiguiendo inversores, la gente que tiene unos duros sobrantes los invierten en ladrillos o en bares.
En este sentido, hay que tener precaución con lo que se dice. Pues se da por supuesto en ciertos discursos que la Tierra de Barros es hoy una especie de paraíso en la tierra gracias a un vino que, por lo demás, cada vez está menos al alcance de los propios extremeños; pero cuando observamos los fríos datos las cosas cambian.
Por ejemplo, si bien es cierto que Almendralejo ha ganado población en los últimos años, no es menos cierto que ganó población incluso en los años más negros de la emigración extremeña. Entre 1996 y 2004 ha tenido un crecimiento del 7% (un 0,88 anual), pero es que entre 1981 y 1996 creció más de un 15% (un 1,01 anual). Es decir, digámoslo claramente, Almendralejo está perdiendo fuelle.
En Villafranca de los Barros la situación es más preocupante, pues entre 1996 y 2004 el crecimiento ha sido de apenas un 1,83% (un 0,23 anual). En Los Santos de Maimona la cosa está peor: aunque en el último año parece que ha empezado a recuperarse demográficamente, entre 1996 y 2004 perdió el 1,83% de su población, tras un largo periodo (entre 1982 y 1996) de recuperación. Por lo que podemos deducir que, hoy por hoy, si bien el dinámico policultivo intensivo de secano, y sus productos estrella (el aceite y el vino) han permitido sujetar a la población de Tierra de Barros (en una parte importante gracias a las ayudas, subsidios y subvenciones), el futuro a corto y medio plazo no se presenta tan boyante, y veremos en cuanto se reformulen las ayudas de la PAC.
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2. REFORMULANDO EL MODELO: DÉMOSLE UNA OPORTUNIDAD A LAS CHIMENEAS
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Podríamos intentar, como los catalanes, el aumentar el flujo de transferencias del Estado. Hay vías, aunque los llamados expertos no las vea, que pasan precisamente por el federalismo fiscal. Basta que a Eroski, la Caixa, Caja Madrid, El Corte Inglés, Iberdrola, etc, se les obligue (como a nivel nacional se obliga a las multinacionales) a tener una sede fiscal regional. Si por la producción y los beneficios obtenidos por General Motors en España ésta debe pagar impuestos en Madrid, y no en Detroit, ¿por qué ha de pagar La Caixa el impuesto de sociedades en Barcelona, o Eroski en Vitoria, por sus actividades en Extremadura?. El impuesto a la banca fue una buena ocurrencia, pero es el chocolate del loro.
Pero mientras tanto llega Jauja hay que plantearse qué hacer con las cinco o diez mil personas que, anualmente, van a tener que largarse de la región en los próximos años. Y es en este marco en el que hay que ubicar, a mi juicio, el apoyo que la Junta viene prestando a las iniciativas industriales de Alfonso Gallardo, "el tipo ese de la chaqueta a cuadros", como lo intentaban ridiculizar las élites económicas y académicas de la región hace apenas unos años. Ese tipo que ha tenido la mala suerte de hacerse rico trabajando, en una tierra pobre y encima con un producto miserable. Un contrasentido, un imposible socioeconómico. Sólo el componente psicoanalítico de ese absurdo puede explicar su empeño en desarrollar inversiones productivas que generen empleo en su tierra, en lugar de dedicarse a disfrutar de la vida que le quede a caballo entre Jerez y Florida, como un tío Gilito.
Porque aquí no se trata de decidir en qué invertimos un-no-se-sabe-muy-bien-qué-dinero-de-aún-se-sabe-menos-de-quienes, sino de decidir si se le deja invertir a alguien que pone dinero suyo encima de la mesa. Entre quienes plantean alternativas genéricas delicuescentes, como "industrias agrarias", "productos naturales", "energías renovables", habría que indagar qué porcentaje suplementario de impuestos están dispuestos a pagar para realizar esas inversiones desde ámbitos públicos, y qué compromiso de consumo de esas producciones adquieren. Porque el gasóleo de Gallardo’s Oil seguro que lo consumen para ir a las manis.
Personalmente creo que no nos queda otra opción, ahora mismo, que probar. Hemos establecido una especie de acuerdo general, en esta región, sobre el carácter irrenunciable de espacio ambientalmente de calidad, y debemos seguir vigilantes (ahora más vigilantes) al respecto, pero ese compromiso no puede implicar el cercenar toda iniciativa que suponga algún coste ambiental.
Hace más de 100 años hubo en el País Vasco un debate semejante, entre los carlistas que con la excusa de proteger a la madre tierra, al tío bosque y al señor Dios, pretendían mantener sus privilegios, y quienes propiciaban la industrialización. Hace treinta años, a la gente sensata que visitaba Euskadi nos parecía que había sido un error aquella industrialización, con efectos perversos, como la contaminación, el arrinconamiento de los defensores del terruño (que generó un Sabino Arana que terminó mutando en ETA), y la desestructuración de miles de familias de inmigrantes. Pero los vascos no se equivocaron. Basta pasearse hoy por la ría de Bilbao para darse cuenta de que el error hubiera sido impedir la industrialización de un País Vasco que hoy estaría mendigando subvenciones para mantener sus rebaños de ovejas.
Démosle, por tanto, una oportunidad a esas chimeneas de las que aceleradamente queremos, en cualquier caso, alejarnos. Ahora sabemos lo que puede pasar si no mantenemos un férreo control de las emisiones al medio ambiente; ahora tenemos mecanismos administrativos y políticos para controlar eso; y sobre todo ahora tenemos voz para denunciar los impactos.
Hace ahora 25 años que una pandilla de indocumentados encerramos a casi cien alcaldes en Villanueva de la Serena, para protestar contra la aprobación de la central nuclear de Valdecaballeros. A la manifestación con que cerramos la movida la gente tuvo que ir a pie, sorteando acequias y controles de la Guardia Civil, que husmeaba buscando la vietnamita con la que imprimíamos el boletín diario "Extremadura Humillada". Contamos casi 25.000 personas. No me digan que no es diferencia que a manifestarse contra la refinería fuesen a Mérida unas 3.000 en tractor, en coche... y hasta en avión. Es símbolo de progreso económico, pero es, sobre todo, símbolo de que no faltarán quienes permanezcan permanentemente alertas, vigilando que se cumplan los bajos impactos prometidos.
Esta es una apuesta arriesgada. Para los viticultores y bodegueros de Barros, sin duda. Pero también para Ibarra, que se juega sus rentas políticas, y para Gallardo, que apuesta sus cuartos. Lo malo que es no queda otra, porque el horizonte se ve plomizo.
(post original en blogia) Aquel posicionamiento me generó algunos ex-amigos (obviamente no eran amigos) y bastantes enemigos. Arrastramos los mismos riesgos desde Voltaire: la libertad de pensamiento tiene costes.
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