Ahora lo entiendo. Estaban nerviosas, hacían planes para el viaje a su particular palacio de invierno. Como todos. Se estaban despidiendo. Pues nada... Hasta la próxima primavera.
Otros signos del tiempo son más cabreantes. Hay una abeja de esas solitarias que pone los huevos en tierra que se me ha cargado el arbusto de Goji que llevaba un año preparando para su trasplante a tierra, y que ya estaba bastante frondoso (aunque de bayas, nada), y que está en proceso de cargarse el jazmin que llevamos meses preparando. Corta las hojas en círculos, con una perfección inaudita, para envolver con ellas sus huevos. Pero, a pesar del afán con que trabaja, no hay forma de pillarla en acción, es lista la condenada. Porque si la pillo, desde luego mis plantas están por delante en la cadena de intereses: que polinizadoras no faltan... por ahora al menos. Lo de siempre: naturaleza y cultura.
Ya podían las golondrinas de casa habérsela desayunado para coger energía para su viaje a sus jardines de invierno. Me parece injusto que yo les preste los graneros, les deje ciscarse sobre mi ropa tendida, mis herramientas, y ellas se vayan sin hacerme ese pequeño favor. Pero la naturaleza no hace favores: sólo cumple inclemente sus ciclos. Los favores son cosa de la cultura.
Quizás esperamos demasiado de las golondrinas. Su vuelo sólo anuncia el otoño, aunque todo se quede un poco triste cuando se van
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