Pero estaba en un error. Un grave error que me ha costado muchísimos malos ratos, gran sufrimiento a veces. Pero me he dado cuenta a tiempo, soy capaz de reconocerlo, y espero sufrir gracias a eso un poco menos.
En realidad, si el hombre es bueno o malo por naturaleza es un imposible de determinar, por cuanto no existe el hombre en estado de naturaleza, y probablemente nunca haya existido (la idea misma hobbesiana, tomada en estado puro, nos conduce inexorablemente a una creencia absurda: la de que los hombres hubieran surgido aquí y allá, como setas, de la nada, aislados). Pero en realidad, da igual qué sea cierto o incierto, porque se trata de meros artefactos lógicos, necesarios para la construcción de grandes relatos (es que estoy a un tris de rehablitar a algunos postmodernos).
Y es que el asunto realmente importante estriba no en la razón pura, sino en la razón práctica; esto es, en las consecuencias que dichas creencias tienen en la vida cotidiana. Quien viva creyendo que el hombre es un lobo para el hombre, se verá sin duda bendecido con continuos descubrimientos de gente estupenda, de excepciones que, por la razón que sea, se comportan con sus semejantes con amor, lealtad, honestidad, hermandad... Qué de alegrías no le deparará, por tanto, dicha creencia.
Por el contrario, quienes vivimos en la creencia de que el hombre es bueno, continuamente sufrimos decepciones. Efectivamente, en la medida en que en la práctica hay la tira de hijos de puta, unos de cara y otros de perfil, unos malvados aprovechones, otros cobardes reptiles que esperan agazapados tu momento de debilidad... En la medida en que esa es la realdiad que nos toca vivir, esas continuas decepciones nos martirizan. "¡Pero ¿cómo puede ser?!", clamamos al cielo (cielo con minúsculas, advierto).... "¡¿Así me lo paga?!" es otra frase habitual ad hoc. Y a la vez, de quien se porta bien no valoramos su buen hacer, porque lo entendemos como natural, sin mérito (y por lo mismo no nos valoramos a nosotros mismos si somos de la estirpe de la buena gente).
Por tanto, y en la medida en que mudar de ideas es humano, y sabio, y sano, me proclamo hobbesiano a partir de hoy. O mejor, simplemente acepto lo que, creyéndolo como más lógico, siempre me he negado a aceptar: la guerra de todos contra todos. Seguro que así sufro menos decepciones, y valoro más, y disfruto más, de las personas justas y nobles, como diría el clásico.
Así que, en el mundo dicotómico que vivimos, sólo me queda proclamar:
¡¡¡VIVA HOBBES!!!
Demasiado absolutas las dos posiciones. Todos los humanos tenemos cara y cruz, luces y sombras, simultáneamente
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