2008/06/14

Rectificando

Me he pasado la vida ocultando mi más íntima creencia. Mira que siquiera tras zamparme enterito a mi admirado Voltaire debiera haber sido curado con las descarnadas demostraciones del sabio picajoso. Pero no... Yo venga y venga, dándole la razón a Locke contra Hobbes (porque además en su único retrato siempre me ha resultado lúgubre y malhumorado), proyectando las tonterías de Rousseau, tan naif como el desgraciado aduanero que bien pudo haber sido su nieto. Negándome a aceptar la evidencia: que en estado de ausencia de frenos externos (no otra cosa es el concepto de estado de naturaleza de Hobbes, que hoy en día lo asimilaríamos bastante al concepto sociológico de anomia) los hombres, al sentirse iguales, compiten por los recursos hasta la muerte si es preciso. Sí, el hombre es un lobo para el hombre; y dominado por las pasiones ya es la repera, el amigo devora las entrañas del amigo sólo por conquistar una mirada de esquivo deseo. Pero yo como si nada, he pasado toda la vida intentando convencerme, y convencer a los demás, de que no es así; de que el hombre es bueno en estado de naturaleza, y de que puestos a estropear las cosas, la causa hay que buscarla en la sociedad (preferentemente en las estructuras de desigualdad, y bla, bla, bla). En suma he proclamado alto y claro que, como dice el gitano convertido a la Iglesia Evangélica, "tormundo é gueno".

Pero estaba en un error. Un grave error que me ha costado muchísimos malos ratos, gran sufrimiento a veces. Pero me he dado cuenta a tiempo, soy capaz de reconocerlo, y espero sufrir gracias a eso un poco menos.

En realidad, si el hombre es bueno o malo por naturaleza es un imposible de determinar, por cuanto no existe el hombre en estado de naturaleza, y probablemente nunca haya existido (la idea misma hobbesiana, tomada en estado puro, nos conduce inexorablemente a una creencia absurda: la de que los hombres hubieran surgido aquí y allá, como setas, de la nada, aislados). Pero en realidad, da igual qué sea cierto o incierto, porque se trata de meros artefactos lógicos, necesarios para la construcción de grandes relatos (es que estoy a un tris de rehablitar a algunos postmodernos).

Y es que el asunto realmente importante estriba no en la razón pura, sino en la razón práctica; esto es, en las consecuencias que dichas creencias tienen en la vida cotidiana. Quien viva creyendo que el hombre es un lobo para el hombre, se verá sin duda bendecido con continuos descubrimientos de gente estupenda, de excepciones que, por la razón que sea, se comportan con sus semejantes con amor, lealtad, honestidad, hermandad... Qué de alegrías no le deparará, por tanto, dicha creencia.

Por el contrario, quienes vivimos en la creencia de que el hombre es bueno, continuamente sufrimos decepciones. Efectivamente, en la medida en que en la práctica hay la tira de hijos de puta, unos de cara y otros de perfil, unos malvados aprovechones, otros cobardes reptiles que esperan agazapados tu momento de debilidad... En la medida en que esa es la realdiad que nos toca vivir, esas continuas decepciones nos martirizan. "¡Pero ¿cómo puede ser?!", clamamos al cielo (cielo con minúsculas, advierto).... "¡¿Así me lo paga?!" es otra frase habitual ad hoc. Y a la vez, de quien se porta bien no valoramos su buen hacer, porque lo entendemos como natural, sin mérito (y por lo mismo no nos valoramos a nosotros mismos si somos de la estirpe de la buena gente).

Por tanto, y en la medida en que mudar de ideas es humano, y sabio, y sano, me proclamo hobbesiano a partir de hoy. O mejor, simplemente acepto lo que, creyéndolo como más lógico, siempre me he negado a aceptar: la guerra de todos contra todos. Seguro que así sufro menos decepciones, y valoro más, y disfruto más, de las personas justas y nobles, como diría el clásico.

Así que, en el mundo dicotómico que vivimos, sólo me queda proclamar:

¡¡¡VIVA HOBBES!!!


1 comentario:

  1. Demasiado absolutas las dos posiciones. Todos los humanos tenemos cara y cruz, luces y sombras, simultáneamente

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