2011/06/09

Más antiguallas (sobre el aquí cerca)

Me recuerda tanto, tanto, la situación de 1995, que el concepto de deja vu se queda corto. Aunque Vara no es Ibarra, y además no ha ganado las elecciones; Zapatero no es Felipe Gonzalez, o al menos no predica el neoliberalismo, y parece más estricto con las meteduras de mano, aunque no con las de pata; Cayo Lara parece que no tiene nada que ver (afortunadamente) con Anguita, y Pedro Escobar creo que tampoco es Ricardo Sosa. Pero creo que lo que este sosias, otro Cayo (como mi abuelo) escribía tras las regionales del '95 tiene cierto sentido, hoy. Aunque el artículo habla, en realidad, de lo que luego no fue.


Un Pacto de Manos Libres 
Para el Fortalecimiento de las Izquierdas
Cayo Larralde




Se acaban de dar dos pasos importantes en la región; no sólo para garantizar la gobernabilidad de las instituciones, sino también para posibilitar una recuperación de la cultura de la izquierda, tras casi una década de neoliberalismo, postmodernismo, diseño y lentejuelas.  Ciertamente que estos males no se han dado en Extremadura con la misma intensidad que en Madrid o en otras regiones españolas, y por ello mismo el castigo infligido por los electores a los socialistas extremeños ha sido moderado. Del mismo modo que en tantas otras cuestiones socioeconómicas, parece que también en política andamos con algo de retraso; lo que se ha producido en Extremadura en 1995 ha sido el equivalente al aviso que, en 1993, recibió el PSOE a nivel nacional: o se retoma una política significadamente de izquierdas, o se acabó lo que se daba. Porque, y esto es de sentido común, una política de derechas puede hacerla con mayor efectividad la propia derecha.


Sin embargo, los resultados electorales también han puesto de manifiesto un fenómeno tremendamente importante para quien quiera entenderlo: el electorado de izquierdas prefiere que el giro a la izquierda lo realice el propio partido que encarna el reformismo socialista, y asigna a IU un papel muy específico, como conciencia de la izquierda. El electorado de izquierdas ha advertido a IU que si sigue soñando con el sorpasso acabará dándose el tortazo. Ni España es Italia, ni Mérida es Madrid, ni el PSOE es el PSI, ni IU es el PDS -que es un partido, no un magma, y que se ha homologado con la socialdemocracia.


Pero vayamos a los pasos. El primero lo ha dado, en rápida respuesta a la nueva situación surgida, lo ha dado Juan Carlos Rodriguez Ibarra, al ofrecer al resto de las fuerzas de izquierda -agrupadas en este momento bajo las siglas de IU-, un giro a la izquierda si cuenta con su colaboración. Es un paso más trascendente de lo que a primera vista puede parecer, porque su oferta conlleva, implícitamente, un compromiso por aplicar los resultados del posible pacto regional a la política del Estado. Y es un paso que ha supuesto un ejercicio de humildad que hay que valorar con menos ligereza de lo que se está haciendo.


El segundo paso, aunque tímido y asustadizo, lo ha dado Ricardo Sosa. No al negarse, según los dictados de Anguita, a un pacto global o de gobierno. Sino al dejar abierta -y esto seguramente por iniciativa propia- la puerta a un acuerdo. Ciertamente que ante la oferta por parte de Ibarra de aplicar parte del programa de IU -se supone que uno se presenta a las elecciones territoriales para conseguir que se aplique un programa determinado en este territorio- resulta un poco extraña la negativa inicial; pero hay que comprender que los partidos políticos se deben también a unas estrategias propias, no sólo a unos intereses generales, y además IU tiene motivos suficientes para desconfiar del PSOE. Sosa quiere pruebas fehacientes de esa buena disposición de Ibarra, y éste se las tendrá que dar.


Las cartas están sobre la mesa, y ahora toca jugar. Y ello implica, por ambas partes, hacer caso omiso del duelo al sol que protagonizan, casi en términos de espectáculo circense, González y Anguita. Ni Ibarra puede admitir las pretensiones de González de negociar con dureza -¿dónde está la dureza negociadora de González frente a Pujol?-, ni Sosa puede repetir a pies juntillas el catón de Anguita: considerar que negociar con el PSOE de Ibarra es negociar con el PSOE del GAL, la beatiful people y la corrupción sería en el caso de Extremadura, además de injusto, un insulto al electorado, que ha otorgado a IU menos de un tercio de los votos otorgados al PSOE. 


Ambos, Ibarra y Sosa, deben asumir con valentía el papel que les toca jugar en lo que ciertamente debe ser el laboratorio de la recuperación cultural y social de las izquierdas. Frente al González conducido de la mano por los poderes fácticos, manipulado por los pragmáticos de visa oro y toreado por los corruptos, Ibarra representa la honestidad a prueba de mangantes, la consistencia ideológica y la capacidad ilusionante. Frente al Anguita doctrinario, místico y autoritario, conservador del tarro de las esencias, Sosa representa la frescura de la izquierda utópica, atenta no tanto a las estrategias de partido o a la doctrina como a las nuevas demandas sociales, sin obsesión por el Poder, dialogante y cambiante con la sociedad. Y ambos, Ibarra y Sosa, creo que coinciden en un objetivo: el de modernizar esta región, sacarla del subdesarrollo secular, y extender las oportunidades vitales a toda la población que hoy las tiene limitadas. Un proceso que, se mire como se mire, ya ha puesto en marcha Ibarra en los años pasados.


¿Cuáles serían a mi modo de ver los criterios que deberían presidir un pacto de progreso para asegurar su perdurabilidad, en términos que yo denominaría como pacto de manos libres?. Al menos los siguientes:


1º. Se debe partir del reconocimiento mutuo de que tanto IU como el PSOE constituyen -al menos en Extremadura, que es de lo que por ahora se trata- fuerzas progresistas, democráticas y de izquierdas. Aunque esta cuestión parezca intrascendente, es a mi juicio la más importante, más aún tras las invectivas mutuas que se han lanzado durante la campaña electoral, y hasta la noche misma de las elecciones.


2º. Por lo mismo, debe haber un reconocimiento mutuo de buena voluntad, y un interés mutuo en el fortalecimiento, en conjunto, de las posiciones y la cultura de la izquierda. Aunque la desconfianza es buena consejera en un sistema de relaciones políticas esencialmente conflictuales, nada puede funcionar si se desarrolla bajo un régimen de sospecha permanente.


3º. En consecuencia, deben dejarse a un lado, por una y otra parte, las pretensiones de hegemonismo. La matemática variable de las urnas, o lo que es lo mismo la sabiduría del pueblo, determina la conveniencia de coexistencia de dos fuerzas de izquierdas que encarnen respectivamente el reformismo progresista y el utopismo. Este sistema es un lujo que pocas sociedades pueden permitirse.


4º. Bajo estas condiciones, resulta obvio que a IU no le interesa formar parte orgánica del gobierno de la región; en realidad, tampoco le interesa al PSOE, y posiblemente ni siquiera al interés común le interese -es una mera hipótesis- el roce doméstico que supondría un reparto de carteras. Aquí justamente está la esencia del pacto de manos libres: Ibarra debería formar un gobierno, bajo su exclusivo criterio, que reciba el visto bueno tanto del PSOE como de IU; un gobierno que sea capaz de representar el espacio de encuentro de ambas fuerzas, sin que ello represente un espacio porcentual ni nada que le parezca.


5º. Debe definirse -da igual que se haga previamente, o con posterioridad a la formación del gobierno- un espacio de encuentro: diez, veinte, treinta puntos programáticos comunes (no tienen por qué aparecer en ambos programas) que determinarían la acción del gobierno durante el primer año. IU se comprometería a garantizar el apoyo parlamentario para el cumplimiento de dichos puntos, el PSOE se comprometería a lo mismo, e Ibarra a ponerlos en marcha. El fondo y la forma del espacio de encuentro debería ser muy bien afinado, y debería tomarse como sagrado por ambas fuerzas, al menos durante ese primer año de prueba y error.


6º. Naturalmente, un paso previo a la formación del gobierno es la constitución de la Asamblea. Ceder la presidencia a IU creo que podría constituir una prueba suficiente para establecer una mutua confianza, y estéticamente siempre será preferible que sea la mayoría de la cámara -PSOE incluído-, y no el PP, quien otorgue la presidencia a IU.


7º-. El concepto de pacto global es un mero nominalismo, al que Ibarra no debería atarse de forma estricta. En realidad, el concepto de pacto de manos libres debería poderse aplicar simultáneamente en todos aquellos Ayuntamientos en los que se pueda arrebatar la alcaldía al PP, buscando también ese espacio común programático, pero no debe dramatizarse por ninguna de las partes si en algún municipio el acuerdo no es posible. Por otra parte, la limitación del gobierno municipal -las delegaciones deben recaer en concejales electos de uno u otro partido- podría superarse, en ese marco de confianza mutua que debe crearse para la negociación, mediante un mecanismo simple con el que ambas fuerzas se comprometerían inicialmente durante un año: ceder al menos las dos delegaciones más importantes a la fuerza que no obtenga la alcaldía.


8º. En aquellos puntos en los que no hay acuerdo, así como en aquellos otros de política nacional en los que hay divergencia, IU tendría por supuesto absoluta libertad de acción dentro y fuera de la Asamblea, incluso en el sentido de apoyar, en un momento dado, propuestas legislativas del PP (esto puede ser especialmente clave en el caso de constitución de Comisiones de Investigación). Ibarra debería asumir este riesgo, que debe entenderse como natural en sociedades democráticas y esencialmente conflictuales.


8º. Los acuerdos deben tomarse públicamente, con luz y taquígrafos. Los electores tienen derecho a conocer a pies juntillas lo que hacen sus representantes con los votos. Pero no es de recibo la pretensión de Anguita de que las bases aprueben cada acuerdo. Para que ese planteamiento fuese tomado como algo más que una táctica dilatoria, debería haber sido propuesta en términos de que fuesen los electores quienes otorgasen dicho acuerdo -pues de los votos que administra IU, sólo un ínfimo porcentaje corresponde a sus bases-; pero obviamente el caracter secreto del voto imposibilita su convocatoria. Los electores han querido que Ricardo Sosa -que es el que sale en las fotos, del mismo modo que lo hace Anguita en las generales- tenga cierta capacidad para empujar hacia la izquierda la acción de gobierno en la región, y esos mismos electores han querido que Juan Carlos Rodriguez Ibarra -que además de salir en las fotos, es el líder mejor valorado en las encuestas- dirija ese gobierno.  Ahora les corresponde a los líderes designados por el pueblo el ejercer con paciencia ese encargo.

Extremadura puede constituir ciertamente, con algo de buena voluntad, un laboratorio. Sería importante para la región, y a medio plazo para el país. Ello implica un gran esfuerzo por las dos partes que deben poner en marcha el experimento, e implica un apriori fundamental, que otorga un plus de riesgo en las sociedades avanzadas: en ningún experimento están controladas todas las variables. Además, los intentos para impedir estre pacto de manos libres van a sucederse, en primer lugar desde los creadores de opinión pública que han apostado hace ya tiempo por la derecha, pero también desde dentro del propio PSOE e IU. Confiemos en la entereza de Juan Carlos Rodriguez Ibarra, y en la imaginación de Ricardo Sosa.
(Publicado en el diario "Extremadura", Diciembre 1995)

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