2009/04/24

Citas y olvidos

Quienes, por las cosas de la socialización, no hemos andado nunca en camarillas ni redes de apoyo mutuo, ni estuvimos en seminarios ni en la OJE, ni éramos del PCE cuando había que serlo, ni nos tentó el Opus, ni hemos aceptado llamar por el nombre de pila a los jefes -así, en general- si no eran amigos personales, somos particularmente celosos de nuestros méritos. Lo sé, lo noto en mí y lo percibo en otros como yo. No queremos lo de nadie, pero somos profundamente orgullosos con lo nuestro. Sale caro, que conste, muy caro. Bien. Pues a quienes somos así nos produce una ternura inconmensurable cada vez que alguien que no tendría por qué, nos reconoce y recuerda. Viene a cuento, ese largo exordio, porque acabo de tener unos de esos tiernos encuentros.

Yo soy uno de los pocos españoles, vivos o muertos, que fue colaborador de Triunfo. Apenas unos centenares, entre las decenas de miles de periodistas, profesores, sociólogos, economistas, filósofos, intelectuales en general, que son o han sido. No tengo sexenios, pero fuí colaborador de Triunfo, chúpate esa... Un buen día, a punto de cumplir los 22, les mandé un reportaje, y al poco recibí una carta de Víctor Márquez Reviriego, que venía a decir "los que usted quiera". Y que me pasara por Conde Valle Suchil para hacerme una ficha, y un carnet... y ¡pagarme! (como he tenido como regalos de cumpleaños "entrar" en Triunfo, firmar mi contrato como profesor funcionario, y cosas así, reconozco que es difícil hacerme un regalo de cumpleaños, de forma que no suelo celebrarlo, o me olvido, para no poner en grave aprieto a las gentes de mi entorno). Y allí acudí y me saludó y felicitó y animó, como un terrible dios griego, Haro Tecglen, pero sobre todo me atendió siempre con un trato exquisito Márquez Reviriego, tierno y amable como un poeta decimonónico. Un año más tarde abandoné el periodismo, atraido por la investigación-acción a la que luego tuve que poner como nombre (por darle un indicativo de a qué me dedicaba) Sociología. A Triunfo lo abandonaron algo más tarde los españoles, que prefirieron encontrarse cada semana con Marisol, o cualquiera de nuestras Bruni de la época, desnuda.

El caso es que me doy de bruces con un libro publicado por la Casa de Velazquez (los hispanistas franceses) en 1995, Triunfo en su época. Le echo un nostálgico vistazo, y me encuentro con el texto de Victor Márquez Reviriego, un texto justamente en el que advierte que más grave que apropiarse un mérito que no se tiene (pues señala como meritorio para la propia revista que alguien con algún prestigio presuma de haber estado en ella aún sin haber estado, y cuenta que muchos dicen haber colaborado en Triunfo sin haberlo hecho), es el olvido consciente de quienes sí han estado. El borrado de la memoria, y conecta con las famosas fotografías en la que Trostky (como otros disidentes) fue mandado borrar por Stalin. Establece Márquez Reviriego una interesantísima ley sociológica, basada como todas en la física, en este caso en la de Arquímedes ("todo imbécil sumergido en una cita experimenta un empuje hacia arriba proporcional al número de citas que desaloja"), genial, y sobre todo me hace sentirme, en la distancia (geográfica, temporal, telemática, emocional...) ruborizado, al verme citado (pag. 70) entre tantas luminarias, cuando en realidad sólo escribí diez o doce trabajos para la revista.

Y me hizo pensar en cuán distinto actúan otros, como expertos en historia, expertos con el lápiz de borrar. Me acordé de haberme topado, hace un par de años, con un texto de uno de los patrones del cacicato cultural aragonés en el que rememoraba Andalán, la revista aragonesa en la que trabajé un tiempo, la mayor parte de las veces gratis, no sólo escribiendo sino también doblando periódicos, pegando carteles, vendiéndola en festivales, etc. 

Pues bien, el autor del texto presumía de haber pasado una noche en la cárcel de Torrero, pero yo también pasé una noche detenido en comisaría, en la víspera de las primeras elecciones, por pegar carteles anunciando la revista (que incumplía la Ley Electoral con un enorme titular, "Nuestro voto a la izquierda"), pero sólo los tontos útiles fuimos a pegar los carteles, no los jefes. 

Creo que no hubo otros detenidos en la historia de la revista. Pero claro..., yo no era de los que llamaba abuelo a José Antonio Labordeta (y además creía que no cantaba bien), ni Eloy al fundador y jefe supremo, y ahora autor (lápiz y goma de borrar en ristre) de las memorias; de forma que aunque mi trabajo era muy valorado por los profesionales (Pablo Larrañeta y Luis Granell), sin embargo los políticos (o que se aprestaban a vivir el resto de su vida de la política o su entorno) tenían marcada su línea roja, nunca mejor dicho; porque como José Antonio Biescas (jope, cuántos José Antonio's en un párrafo) decía en los consejos de dirección, "es que Artemio es un poco antipartidos". Razón por la cual me iban pasando por delante uno tras otra a todos los nuevos y nuevas. Hasta que me harté y los mandé a tomar viento fresco; me dió pena decírselo a Pablo Larrañeta, por teléfono, un día del verano de 1979, mientras estábamos haciendo la revolución antinuclear en Extremadura: "Deberías venirte esta semana para Zaragoza, porque creo que ya se te va a poder hacer contrato", me dijo; y yo que mira, que me lo he pensado sobre la marcha y que no, que paso... que ya me cansa tanta intriga y politiquería partidos, o algo así. Y eso que aún así seguí regalando mi esfuerzo, llegando a llenar en algún número casi el 20% del contenido con mis escritos.

Siempre he conservado el buen feeling con Larrañeta, al contrario que con los amos de la revista. Pues bien, a lo que iba: en el tal texto, el memorialista, historiador (lo recalco porque los historiadores precisamente trabajan con notas; y miran y remiran, pulen y revisan antes de dar nada a la luz), al que aunque es bien sabido quién es no nombraré por darme yo también el gusto de no nombrarlo (una venganza propia de Pedro Saputo, lo sé) nombraba a todo quisque ratón, salvo al portero de la finca (aquel borrachuzo insigne al que el José Mari Lagunas, el Gordo, consiguió arrancar todos los secretos del vino peleón)...y a mí. Al portero de la finca, y a mí. Me he acordado de aquel texto miserable al leer el generoso recuerdo (pues desde luego que a Triunfo no aporté ni de lejos lo que aporté a Andalán) de Márquez Reviriego.


ADDENDA (28/6/2018)

Casi diez años después de este post descubro que, curiosamente unos años más tarde de la publicación del post, el no citado historiador parece que recuperó la memoria. Al hablar, en otra gacetilla, sobre la contribución de Andalán al conocimiento de los problemas de los barrios (asunto sobre el que, dicho sea de paso, jamás me ocupé en la revista), pues resulta que recuerda que sí, que yo estuve en Andalán aunque no me dejasen entrar en el sanedrín de los elegidos. El caso es que dice que:
"En realidad, los grandes autores sobre estos temas fueron los sociólogos Mario Gaviria (“Zaragoza contra los zaragozanos”, sobre las Ordenanzas municipales), y Artemio Baigorri (“Paletos contra ingenieros”); histór..."
Y es realmente gracioso, yo "gran autor", cuando el artículo que cita "Paletos contra ingenieros" estaba dedicado a los problemas de trazado de la autopista en los pueblos de La Ribera, no en los barrios de Zaragoza..., lógicamente. Yo escribí de muchos temas  pero jamás sobre barrios  En fin, son como son... Alguien le diría, o vió en sus navegaciones. Dijo a este chico lo tengo que citar alguna vez, de alguna forma, que mira que estuve feo en lo del aniversario, y la cagó así, haciéndome experto en barrios. Tenía que decirle lo que los de Agón rezaron al Cristo que tiraron a la Huecha cuando la Gran Riada, después de haberle rezado día y noche para que parease aquello, aquella lluvia infinita:

"Veinte años fuiste cerezo, 
de tus frutos no comí. 
Los favores que ahora me hagas
te los pués poner allí"

El cacicato aragonés, "perricos de fueraicasa" que decían en mi pueblo, echando y borrando a los de casa y recibiendo entre alharacas y lametones a los forasteros. No me extraña que Sender viniera dispuesto a volver, pero tras ver el percal, se fuese de nuevo "a cascarla por ahí"...

Me dicen aquí que en cuanto subo allí me cambia el acento. Lógico que también al escribir de allí  me cambie el tono.




1 comentario:

  1. Ese "patrón del cacicato aragonés" era Eloy, me imagino, porque leí hace tiempo, en alguna web, un texto suyo de recuerdos de Andalán.

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