2007/02/23

Memoria histórica

23-F

Parece que este año la efemérides del 23-F (para foráneos y jovencitos: el intento de golpe de Estado que la extrema derecha española protagonizó el 23 de Febrero de 1981) no aparece en los medios. .
Eso me ahorrará el malestar que, año tras año, me produce la machacona (e interesada) repetición de la idea de que se trató de un golpe, además de fracasado, incruento: porque yo estoy vivo gracias a que el golpe fracasó. Los historiadores deberían empezar a considerar (e investigar antes de que deseaparezcan muchos de los protagonistas) que una auténtica carnicería se hubiese perpetrado con sólo que hubiese durado un par de días.

SUSTO Y ACCIÓN

El 22 de Febrero andábamos en Alicante, trabajando en el análisis territorial para el Plan General de Ordenación Urbana, un encargo hecho por la consultora EUSYA que me permitió profundizar en la complejidad de usos funcionales del 'suelo no urbanizable' (según la entonces vigente Ley del Suelo) o 'rústico' (según la ley del 56), en suma lo que ahora llamamos rural. Nos alojábamos en Altea, en una casa del filósofo y sociólogo Henri Lefebvre, de la que Mario Gaviria tenía la llave.

Teníamos programada para el día siguiente una reunión con varios concejales, aunque no iba a ser en el Ayuntamiento, sino en una oficina no recuerdo si de algún partido (gobernaban PSOE con PCE, y en esos casos el PSOE solía ceder Urbanismo al PCE), de alguna organización vecinal o de quién. La reunión sería por la tarde.

No sé a qué hora iniciamos la reunión, en la tarde del 23. Recuerdo que apenas acabábamos de empezar cuando llegó alguien del PCE informando de la irrupción de los militares en las Cortes, y durante casi media hora se intentó, sin éxito, llamar a todo tipo de sitios de Madrid, pero las líneas telefónicas con la capital estaban colapsadas. Se nos ocurrió entonces llamar a Zaragoza, al semanario Andalán, en el que colaborábamos, y efectivamente desde allí nos informaron de lo que había. Entretanto, llegó alguien con un transistor, por el que supimos que el capitán general de la región militar de Valencia, a la que pertenecía Alicante, no sólo se sumaba a la sedición sino que implantaba el estado de sitio. Con lo cual la reunión se dió por terminada, y cada mochuelo a su olivo... salvo que nosotros no estábamos en nuestro olivo.
Ya había anochecido, y -sabríamos luego- los tanques de los golpistas recorrían Valencia. Conseguí hablar por teléfono de nuevo con Zaragoza, de donde me llega el mensaje que mi madre había transmitido a mi novia: "Que se esconda, que están haciendo listas y lo han apuntado para gastarlo". La derecha energúmena, siempre dispuesta a sentarse en el casino, con la escopeta junto a la silla, a escribir listas de fusilables, de encacelables, de exiliables, y por supuesto de afectos. Porque siempre hay afectos esperando sacar beneficio del crimen ajeno.
.
Pero realmente no sabíamos qué hacer. La primera reacción fue meternos en el coche y largarnos a Altea, pero por la hora pensamos que, con el toque de queda, nos pararían en la carretera. No recuerdo muy bien cómo fuimos razonando, argumentando... Sólo recuerdo que mientras intentábamos aclararnos tratamos de contactar con gentes de Alicante... pero todo dios se había largado. Nadie en el Ayuntamiento, nadie en las sedes de los partidos de izquierdas, nadie en las casas de conocidos... .
Andando como a ciegas por las calles vacías fuimos a dar con el único bar abierto (ahora sería incapaz de encontrarlo), el de un tipo que se negaba a aceptar la situación, y que nos dió de cenar, y sobre todo de beber. Pero antes hasta llegar a él pudimos observar cómo los jeeps de la Marina USA (la VI Flota de los Estados Unidos andaba anclada cerca, mira qué casualidad) recogían textualmente a lazo (vimos cómo a algunos los arrastraban entre varios, y se los llevaban medio colgados de los jeeps y camiones) a los marines de permiso, muchos de ellos borrachos. Sólo los había visto antes, en acción, en las películas. Pero aquello era como en las películas... sólo que luchando entre ellos.
. Ya cenados y bebidos, la garganta se nos terminó de desatar cuando el rey apareció en la pantalla de la televisión y dió por liquidado el golpe, aunque por la radio la imagen que se transmitía desde la comandancia de Milans del Bosch en Valencia era muy otra: allí seguía el golpe en marcha, y seguía sin responder nadie en ninguno de los teléfonos locales que teníamos, por lo que no estaba nada claro, sobre el terreno, si realmente estaba liquidado, o qué.
Y eso se evidenció inmediatamente. Porque decidimos, tras la aparición del rey, que teníamos que salir a la calle, a celebrarlo, y sobre todo a no respetar, y animar a no respetar, el toque de queda que (no olvidemos), en la Capitanía de Valencia seguía en pie. Salimos, y por supuesto estábamos solos. Ya ni marines quedaban...

DETENCIÓN ILEGAL (EL PRIMER PASO PARA SER CONVERTIDOS EN "DESAPARECIDOS")

Llegamos a andar muy poco antes de que una 'tocinera' (como llamábamos entonces a los furgones de los antidisturbios) frenase bruscamente junto a nosotros, y descendiesen media docena de policías fuertemente armados, que nos quitaron la documentación y nos hicieron subir. 
Andaba con nosotros un economista entonces de extrema izquierda, con el que a menudo discutía sobre los objetivos, las estrategias y las tácticas de sus abertzales (hoy yo pienso más o menos igual que entonces; él lo dudo mucho, porque luego se dedicó a la compra-venta de empresas... podría decirse, según se mire, que a la venta del patrimonio euskaldún a las multinacionales francesas y alemanas), y que arrastraba algún nimio (chiquilladas, ya saben) pero nítido antecedente; yo mismo había sido detenido un par de semanas antes por encadenarme contra el trasvase del Ebro, y unos años antes por pegar carteles publicitarios de la revista Andalán con un titular ("Nuestro voto a la izquierda") en noche de jornada de reflexión; y todo eso, obviamente saltó en cuanto los policías consultaron los datos. 

De forma que nosotros les íbamos dando discursos del lío en que se estaban metiendo por no deponer las armas, que el rey había salido en la tele, que tal y cual, y de pronto (nunca olvidaré ese instante) el que parecía el jefe se volvió y nos espetó: "Ustedes sí que no saben en qué lío se han metido, como esto siga para adelante". 

Una vez en comisaría es cuando empezamos a preocuparnos. Primero por la falta de noticias, pero sobre todo porque (obviamente los efectos del vino se iban evaporando, y el ardor guerrero se apagaba) tomábamos conciencia de que ni siquiera nos habían registrado como detenidos. Nos dimos cuenta de que, dentro de los parámetros que manejábamos de lo que era un golpe de Estado moderno, si aquello seguía siquiera un par de días, íbamos para desaparecidos. 

Aún así, tuvimos ánimo para tranquilizar a los otros 'detenidos': una familia argelina (por aquel entonces los argelinos con algo de dinero viajaban en barco a Alicante de turismo) que sólo hablaba francés y a quienes aún no habían sido capaces los policías de dar una explicación. Les explicamos que la cosa no iba con ellos.

Sobre las 5 de la mañana (cuando, según supimos después, el criminal golpista Milans del Bosch depuso las armas) en la comisaría empezaron a ponerse especialmente nerviosos. Lo notamos, protestamos, y nos dicen que las cosas se van aclarando, y que nos van a llevar a dormir, lo que a nosotros nos mosqueó muchísimo, y dijimos que ya nos íbamos a dormir por nuestra cuenta. 

"Van a ir ustedes a dormir a donde nosotros les llevemos" dijo el comisario jefe, o quien demonios fuese la autoridad allí. Nosotros nos temíamos qué-se-yo-qué, pero en realidad (lo sé ahora) sólo querían borrar la huella de una detención ilegal (con lo que también borraron, supongo, huellas para la Historia). Nos metieron de nuevo en un coche, y nos llevaron, para nuestra sorpresa, a una pensión, por lo que intuimos que realmente había terminado todo, y de nuevo intentamos resistirnos, y marcharnos.

Pero la actitud de los policías nos hizo desistir: nos quedaríamos allí hasta que nos dijesen, en la pensión de aquella bruja de sonrisa de serpiente. Y así pasamos las últimas horas de la noche. Sentados en una cama, con la oreja pegada al tabique, por el que se oía a ratos la radio de un vecino. Más asustados que antes. Asustados a posteriori, como el que abre los ojos en plena curva tras adormecerse al volante, porque ahora éramos plenamente conscientes de lo que podía habernos pasado, o incluso aún nos podía pasar.

Hasta que conseguimos entender unas cuantas frases completas, y ser conscientes de que realmente todo se había terminado. 

Y mientras los cobardes que horas antes habían llegado gallitos al Congreso, metralleta en mano, salían con el rabo entre las piernas, de tapadillo por la oficina de prensa, nosotros salíamos de la pensión con la cara bien alta. "Miren que no se pueden ir, que llamo a la policía" -decía la vieja, porque encima pretendía cobrarnos la habitación. "Llame a su puta madre" -le respondimos. O algo así. O peor.

Alicante se desperezaba, como si no hubiese pasado nada. Cuantos en la noche se ocultaban (huían unos, se agazapaban dispuestos a saltar los otros), ahora correteaban por las calles, felices. Habían ganado..., ahora todos habían ganado. No recuerdo ni qué hicimos ese día. Supongo que era tal el cansancio, físico y moral, que nos iríamos a dormir a Altea, pero sólo recuerdo eso: el enorme cansancio del punto de la mañana. Así que seguro que nos fuimos a dormir un rato. Esa mañana llegó de Madrid en tren una novia de Mario, así que sin duda durmió el susto mejor que nosotros. 

LA MEMORIA HISTÓRICA... LAS MEMORIAS HISTÓRICAS

A veces pienso que prestamos excesiva atención a algunos momentos de la Historia, ya muy lejanos, y demasiado poca atención a otros, todavía cercanos. ¿En qué lado estábamos, en febrero de 1981, unos y otros? ¿En el lado de quienes hubiésemos desaparecido, o en el lado de quienes nos habrían desaparecido, o se habrían beneficiado de nuestra desaparición? Ese es el olvido realmente triste. Hemos visto, en años inmediatamente recientes, a delegados del gobierno que hace treinta años (no 70) andaban con las cadenas aporreando rojos (que quizás hoy ya no lo son, o incluso militan en el mismo partido que los entonces cadeneros) o simples melenudos. Ese es el olvido sucio. Puedo apenas intuir (o pre-sentir) el asco que tienen que sentir, día tras día, tantos argentinos, tantos chilenos... . Y aunque Carlos Semprún Maura, como tantos otros ayer comunista y hoy bocazas chocho del fascismo español ideológicamente más agresivo y moralmente más perverso (los nuevos mauristas, buenos herederos del protofascismo de su abuelo Antonio Maura) hiciese en un momento dado (reedito) chistes y se mofase de que la noche del 23 al 24 de febrero no había nadie, al menos en Alicante estábamos nosotros, dando la cara, frente a los tanques del descendiente del buen amigo de su abuelo.

3 comentarios:

  1. Sí señor, por fin alguien que cuenta el 23F y lo pone en contexto, no con lo que había antes sino con lo que llegó a haber después. Yo era muy pequeño y de padres apolíticos de derechas, o sea, que no tenían nada que temer. Pero después de haber visto cómo gobierna la derecha sin máscara y de seguir escuchando a Acebes sin mordaza, creo que es necesario que pensemos en lo que podría haber pasado. Dónde estaría cada uno. Incluyendo a aquellos que hoy por hoy enmierdan a la gente desde los púlpitos radiofónicos.
    Un bico, Artemio.

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  2. Bueeeeeno. Mientras no sea con lengua...

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  3. En esas fechas yo vivía en Madrid. Me contaron que había un golpe de estado en la Puerta del Sol, donde aún estaba la todavía temida DGS. Era verdad, no había ninguna "lechera" (los coches de la policía) en un sitio que siempre estaba lleno e ellas.
    Yo tampoco volví a casa esa tarde y esa noche. Vivía frente a un pub de la zona de Ópera que frecuentaba la extrema derecha y que años después fue conocido por el caso del mafioso Borsallino, liberado de forma ilegal por un juez de cuyo nombre no me acuerdo. Es significativo que éramos muchos los que temíamos una noche de los cuchillos largos.
    Esa tarde-noche varios cientos (o miles, la verdad: no muchos) de ciudadanos estábamos en los alrededores del Congreso (al que no dejaban acercarse) junto con periodistas, fotógrafos, cámaras y (supongo) policías de paisanos y agentes secretos. Recuerdo que cuando salió la edición especial de El País respiramos un poco: no estábamos solos.
    Pero es verdad que ni entonces ni ahora se habla de detenidos. Y está claro que los hubo.

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